Hay miradas que lo dicen todo. La bovina de Sergio Ramos al término del encuentro de anoche, también, aunque en ese todo apenas haya sitio para un monosílabo. Y si la mirada de Ramos se quedó un tanto agropecuaria, la de Cristiano Ronaldo mostraba inquietantes signos de reconcentración monotemática, un esfuerzo físico fuera de su alcance. Cuando cualquiera de los dos rueda por el césped, antes que el masajista, salta al campo el peluquero, que a base de fijador capilar intenta recomponer sus peinados para que aguanten al mennos hasta el final del partidos. Jamás una plantilla logró transmitir tanta sensación de vacío en tan poco espacio.
En un partido que homenajeaba a Juanito, el merengue que mejor entendió el fútbol como la continuación de la reyerta callejera por otros medios, la lista de razones que esgrimió Mourinho para vestir de accidente meteorológico su enésima derrota estrepitosa fue prolija. En efecto, los ‘blancos’ afrontan siempre un calendario apretadísimo y una temporada muy exigente, máxime cuando se empeñan en celebrar cada gol coreografiando la horterada musical de turno.
Cualquier equipo entrenado por el portugués acaba aprendiendo que es imposible ganar sin perder la sonrisa. No saber perder requiere mucha disciplina y el luso se la ha inculcado con tesón, no sólo a sus jugadores, sino lo que es aún mucho mejor: a todo su entorno, hasta el punto de que hoy es el día en el que aún hay periodistas persuadidos de que su equipo padece persecución arbitral, como si el Madrid no hubiera certificado en repetidas que ocasiones que en absoluto necesita recibir ayudas externas para caer derrotado.
Con Mourinho al frente, el equipo de Florentino ha llevado la desdicha más lejos que nadie porque ningún otro domina como el portugués el arte del resentimiento. Desprovisto del triunfo, JoseMou tan sólo parece un majadero ataviado de bohemio en la zona mixta, de ahí que la jornada laboral de Karanka tienda a dilatarse. Y no todo son buenas noticias, también las hay estupendas: su incontestable triunfo en la Liga nos garantiza su amena presencia, al menos, durante otra temporada.