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Alberto Moyano

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El rey abarrota los hospitales

Juan Carlos de Borbón es un señor que cada vez que se lesiona inicia de inmediato, para asombro y pasmo de los médicos, una fulgurante recuperación que culmina indefectiblemente con su retorno al quirófano. La salud del rey no es de hierro, sino del material con el que se construyen las prótesis.

Los procesos de recuperación ‘reales’ se desarrollan siempre según unas pautas inalterables cuyo enunciado los convierten en auténticos palíndromos listos para ser leídos de izquierda a derecha y a la inversa, para colmo, sin que se altere en lo más mínimo el sentido del relato. Primer día: el rey ha sido sometido a una intervención quirúrgica de la que ya se recupera satisfactoriamente; segundo día: el rey ha pasado una noche tranquila; tercer día: la inflamación ha desaparecido; cuarto día: el rey ya camina con normalidad; quinto día: el rey recibe el alta y manifiesta su intención de retomar lo antes posible sus ocupaciones habituales; sexto día: sus deseos se cumplen y vuelve a ser ingresado en el hospital para una nueva intervención.

Este contratiempo, no por previsible menos engorroso, deja en una situación un tanto comprometido a los facultativos, que a lo largo de una semana han glosado en todos los tiempos verbales que permite la rica lengua castellana la capacidad de sacrificio del coronado, sus inmejorables prestaciones como paciente y las ventajas de una condición física envidiable, resultado de toda una vida entregada al deporte de competición.

A falta de una ley de transparencia de la monarquía, habrá que confirmarse con la aplicación intensiva de los rayos X sobre cada uno de los huesos y articulaciones de su titular. Ni toda la bibliografía consagrada por Pilar Urbano a la figura del monarca resultará tan reveladora en el futuro como el voluminoso historial médico acumulado por el protagonista de sus estudios. El legado de su majestad no reposa sobre ese único discurso que, con algunas leves variaciones, conforma sus obras completas, sino que descansa en su exhaustiva colección de radiografías, un ‘corpus’ intelectual en permanente crecimiento.

De los tres preceptos contenidos en la frase ‘vive deprisa, muere joven y deja un cadáver bonito’ el rey ya sólo está en condiciones de cumplir el primero, dicho sea con algunos matices, dados los problemas de movilidad que han lastrado buena parte de su teórica existencia como adulto. Por otra parte, a sus 74 años, se supone que ya ha alcanzado la madurez. En cuanto al tercer punto, si bien resulta un tanto arriesgado aventurar que su cadáver vaya a ser bonito, no es menos cierto que al menos sí resultará la mar de interesante desde un punto de vista estrictamente anatómico. De cualquier forma, se van despejando las incógnitas. Cuando prometió que no volvería a ocurrir es evidente que estaba hablando de alguna otra cosa.

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