El enunciado exacto de la frase reza “Mourinho: ‘este equipo merece más carinho'”, pero produce un enorme pudor reproducirla ya que, además de cacofónica, resulta demasiado empalagosa hasta en boca de un entrenador merengue. El hombre que ha pervertido un juego de diversión hasta convertirlo en algo indescriptible en el que la victoria es sólo la última etapa de la trifulca se revela a la hora de la victoria como un ramplón guionista de culebrones.
El Madrid es el único equipo del mundo cuyos jugadores festejan los títulos a base de cortes de mangas, mientras su entrenador profiere frase propias de una sección de anuncios de contactos. Su autoproclamado señorío -una virtud que, como los billetes de 500 euros nunca hemos visto, pero en la que, no obstante, creemos ciegamente-, suele tener efectos devastadores sobre sus rivales, que sin duda agradecerían un poco menos de caballerosidad a cambio de algo más de compostura. Basta comprobar hasta qué punto ha necesitado el club de Chamartín emponzoñar la competición antes de adjudicársela.
Confieso que tras ver cómo noventa millones de euros lanzados en carrera volvían a fallar estrepitosamente un penalti y escuchar a continuación al locutor decir que la atolondrada cabeza de Cristiano Ronaldo “no descansa ni por un momento” di por amortizado el partido de anoche en San Mamés, a sabiendas de que era ya imposible que el espectáculo fuese a más. Al menos, el debate electoral entre Sarkozy y Hollande garantizaba la ausencia de ayudas arbitrales. De hecho, ninguno de los dos fue expulsado.
Ahora, veo las fotos del postpartido y, en efecto, ya puede decirse que Mou ha conseguido por fin construirse una plantilla a su imagen y semejanza, de tal forma que cada jugador sienta como propia la incurable desdicha de su entrenador. Las imágenes de lo que debería haber sido la celebración de un campeonato destilan ese inconfundible tufo a festejo de una venganza macerada durante largo tiempo.
Y menos mal. Sin este título, el portugués, que ya ha ganado no sé cuantas ligas en otros tantos países, se hubiera vuelto para Inglaterra en un intento de dar esquinazo a los fracasos. Una vez retirado el doctor Jekyll, la competición española no puede permitirse el lujo de prescindir de Mr. Hyde. Algún día nos dejará, pero antes, Mourinho aún tiene mucho trabajo pendiente. Siempre habrá nuevos rivales a los que insultar, otras muestras de antideportividad que exhibir, más casquetas que ensayar, otras derrotas que encajar y, sobre todo, un club al que demoler a conciencia desde dentro, el Madrid, loado sea don Santiago Bernabéu. Y nosotros, que lo veamos, dicho sea con todo el cariño del mundo.