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Alberto Moyano

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Robinson Crusoe Redux

“En el siglo XXI de Nuestro Señor, un joven de la generación mejor preparada de la historia protagonizó una epopeya cuya narración habrá de servir de provecho para los más pequeños y de entretenimiento para los mayores.

Robinson Crusoe, que así se llamaba nuestro héroe, comenzó trabajando en el mundo de las finanzas, afiliándose a un partido político de ultracentro. Allí, su brillante verborrea, su comportamiento ejemplar y su respeto a las más altas instituciones del Estado le auguraban un brillante porvenir, pero quiso el infortunio que durante una audaz negociación para la recalificación de unos terrenos, cayera prisionero de una entidad bancaria, que le obligó a trabajar como esclavo durante dos años. Ésa y no otra fue su auténtica universidad. Allí aprendió todo lo necesario sobre vampiros, enfermedades parasitarias y embargo de viviendas que de tanta utilidad habrían de serle en el futuro.

Durante una tormenta financiera, su embarcación, que no era un galeón sino una txipironera, no naufragó, sino que zozobró, yendo su ocupante a parar, no a una isla, sino a un islote. En efecto, era una época de recortes. Tras recorrer esa reducida porción de tierra, nuestro protagonista comprobó que estaba completamente desierta, hasta el punto de que incluso el aeropuerto, fruto de la economía del ladrillo, se encontraba completamente inoperativo, aunque aún permanecía edificada la estatua en honor a la deidad autonómica que había aprobado su construcción. En cualquier caso, lo primero que hizo Robinson fue cerrar el ambulatorio por las tardes, siguiendo las recomendaciones de un antiguo manual de supervivencia que había leído en su infancia.

Pasó el tiempo, pero el islote se encontraba alejado de de las rutas marítimas habituales, a excepción de las de Costa Cruceros, de cuyas embarcaciones Robinson se cuidó mucho de mantenerse a salvo, bien por instinto de supervivencia, bien por apego a la vida. En ese estado de total aislamiento, pasaba las horas hablando sólo, una disciplina en la que se había iniciado años atrás, durante las maratonianas reuniones celebradas en el seno de la dirección provincial del partido.

Un buen día, durante uno de sus paseos por el interior del islote, aún convaleciente de las fiebres que le habían causado una ingesta de lo que luego resultaron ser activos tóxicos, Robinson se topó con una feroz tribu de caníbales que se hacían llamar los mercados, en el momento en el que se disponía a dar buena cuenta de un miembro de la tribu de los ‘indignados’ al que mantenían retenido en prisión preventiva.

Armado únicamente de paciencia, Crusoe explicó a los voraces caníbales la actual situación económica, con un mercado interior en recesión y una caída en picado de la exportaciones. Desgranó minuciosamente los vaivenes bursátiles, así como los mecanismos que rigen el funcionamiento de la prima de riesgo y, apoyándose en un power point, les convenció para que se fuera por ahí, a crear un banco malo.

Ni que decir tiene que los salvajes huyeron despavoridos, quedándose a solas nuestro héroe con el ‘indignado’, quien de inmediato insistió en ofrecerle una flor, posiblemente, como prueba de que lo suyo iba en serio. Al preguntarle cómo se llamaba y no obtener respuesta alguna, Robinson pronunció las siguientes palabras: “Bien, dado que hoy es viernes, te llamaré Consejo de Ministros”. Dicho lo cual, regresaron juntos al campamento.

Transcurrió el tiempo y por allí seguía sin aparecer nadie. Hasta que un buen día, aparecieron dos velas, una a dios y otra al diablo, y tanto Robinson como su compañero de infortunio fueron salvados. Una vez a bordo, Crusoe supo que aunque sus compañeros nunca habían perdido la esperanza de encontrarle vivo algún día, lo cierto es que habían estado muy ocupados rescatando a Grecia, Irlanda e Italia. Como buen hombre de negocios, Robinson lo entendió a la primera y no volvió a hablarse del asunto durante toda la travesía.

De regreso a la civilización, el protagonista de nuestra historia fue nombrado asesor de una compañía eléctrica, cuyas actividades aún le dejaron tiempo libre para forrarse un poco más impartiendo conferencias bautizadas con los más imaginativos títulos, tales como “Crisis y oportunidad se escriben igual en chino”, “La austeridad: un arte tan doloroso como necesario”, “Conoce tus propios límites” o “¿Que quiénes son los mercados? Pues unos caníbales”. En cuanto a Consejo de Ministros, permaneció para siempre a su servicio, una vez bautizado al cristianismo con el nombre de Recortes Sociales, en recuerdo a aquel ya lejano pero inolvidable día en el que se conocieron. Al morir Robinson, su compañero cayó en la indigencia de las pensiones no contributivas ya que su amo jamás abonó cotización social alguna. Fin”.

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