Los Reyes no celebrarán el lunes sus bodas de oro. Amén de tener en estos momentos la plantilla muy mermada al punto de parecer un grupo de supervivientes de Hiroshima, la Casa Real considera que la actual crisis económica desanconseja la organización de cuchipandas a la vista del público. Además, de natural sencillos, los reyes no desean ser objetos de especiales alharacas habiendo tantos bancos que rescatar en billetes pequeños y sin marcar.
La de don Juan Carlos y doña Sofía no ha sido una relación fácil. De hecho, necesitó extinguirse para sobrevivir. Hablamos de cincuenta años, la mitad de ellos separados, la otra mitad, con Peñafiel incrustado en régimen de gananciales. Si todo matrimonio tiene algo de ficción, la intermitente obligación de salvar la democracia cada cierto período de tiempo obligó a llevar la representación teatral hasta sus penúltimas consecuencias -las últimas, si excluimos la práctica del sexo-.
La Reina es una magnífica profesional, en palabras de su marido, el cual se ha quedado en un entusiasta amateur. En el papeleo que suele acompañar la tramitación de las separaciones todo esto se agrupa bajo la denominación genérica de “incompatibildad de caracteres”. Apartados por mor de la edad de actividades como la vela o el esquí, los reyes han terminado por descubrir que, a imagen y semejanza de España en su desvertebración territorial, es mucho menos importante lo que les une que lo que les separa, aunque siempre han sabido poner el interés particular por encima de cualquier otra consideración.
El matrimonio real no corre peligro alguno, siempre y cuando sus integrantes se mantengan alejados el uno del otro, el secreto de la longenvidad de cualquier pareja. A los cincuenta años de casados, hay matrimonios que ha conseguido dominar la técnica del orgasmo simultáneo, a condición de que cada uno de los cónyuges se encuentre en distintos continentes. En lo que al rey respecta, el verbo ‘abrir’ ya sólo se conjuga junto a Reina Sofía cuando se habla del emblemático museo madrileño.
El truco que permite mantener viva la llama del desamor radica en compaginar las agendas de tal forma que mientras la reina inaugure una escuela, el rey visite una fábrica. Por fortuna, la profunda admiración que ella profesa por Rostropovich permite a su majestad el cultivo de sus otras pasiones, bien el circo, bien la zarzuela, bien el tiro con arco. En cuanto a la Pascua griega, la frondosa África es un sitio tan bueno como cualquier otro para evitarla a toda costa.
Por otra parte, la sola mención de ‘oro’ y ‘bodas’ en una misma frase evoca inevitablemente la figura de los duques de Palma, que han conseguido convertir lo segundo en una máquina de acuñar lo primero. Demasiado prosaico. Por el contrario, lo que une a los reyes está hecho con el material con el que se destruyen las prótesis. El problema es que los reyes se han saltado ya tantas veces el protocolo que el simpático gesto se ha transformado en un tic y ya se sabe que la rutina acaba siendo la tumba del amor.