Si juega la Real debes desear su victoria por encima de cualquier otra contingencia; si tu ciudad opta a la Capitalidad Cultural Europea, tienes que volcar toda tu energía ciudadana; si encima gana, no habrá excusas: habrás de sumarte a los festivales más participativos; y una vez ya en materia, que haya suerte y que en la carrera de empresa se imponga la tuya; si algún guipuzcoano opta al Goya, no te molestes en ver la película, alguien te ha adjudicado ya tu favorito -por más que el hombre cuente ya con 50 galardones, hay que arrimar el hombro para que logre el 51-; si toca listado de cocineros, a muerte con los nuestros, por más que no hayas pisado en la vida alguno de sus establecimientos; si se falla algún galardón literario, que gane nuestro escritor Potemkin, de alguna forma, sería una forma de premiarnos a todos sus lectores –así se forjan las mejores vitrinas–; si el grupo musical más emblemático de la ciudad opta a algún Grammy, ni lo dudes, sólo cuestiones extramusicales le impedirán volver con el premio; si alguna himalayista del terruño pretende quitarse importancia, no se lo permitas: nadie ha subido tanto, házselo saber, si es posible, moviendo hielos en alguna terraza con sombrilla; si vives cerca de un Palacio de Congresos –y hoy en día es casi imposible no hacerlo–, que sea el que más eventos acoja; en cuanto nuestros festivales internacionales, sabes que son los mejores de los alrededores y que nos sitúan en el mapa; tu aeropuerto, el que más vuelos programe; tu bar de cabecera, el que ofrezce los mejores pintxos; tu carnicería, la mejor morcilla de la comarca, oiga.

Estar a la altura de las circunstancias es una actividad que requiere exclusividad a tiempo completo. Hay que animar sin desfallecer, da lo mismo a quién. Siempre hay alguien de los nuestros que en este preciso instante está optando a lo más alto. Apadrina un triunfador local; él nunca lo haría.