La Capitalidad Cultural Europea puede que sirva para adentrarnos en ese territorio tan vaporoso que algún lumbreras ha bautizado con el solemne nombre de la Cultura de la Paz, pero en tanto llega 2016, proseguimos con nuestro habitual intercambio de garrotazos, a estas alturas, ya una forma como otra cualquiera de estar en el mundo, convertida en una de nuestras señas de identidad.
Quién lo hubiera dicho, pero la Educación en Valores -otro eje-faro-tractor-idea motriz de todo esto- ha resultado ser al final otro arte marcial. De efectos devastadores, por cierto. Obsérvese detalladamente el comportamiento ejemplar de los mismos que llevan ¿tres? años machacándonos con el respeto a la pluralidad y la convivencia entre diferentes. Esta última se basa al parecer en no coincidir bajo ningún concepto en un mismo espacio físico. Sólo de esta forma se entiende que el resultado sea una síntesis entre el gore, las snuff movies y la comedia de puertas, el género que Arturo Fernández y Pedro Osinaga llevaron a su más elevada expresión artística.
Veamos: el Ayuntamiento no invita al delegado del Gobierno al festejo municipal de la designación de Donostia 2016; por spuesto, el Gobierno tampoco invita al Ayuntamiento a participar en Bruselas al acto la proclamación oficial; el alcalde no invita a su predecesor a la juerga popular del Náutico; y éste no olvida despellejar a su predecesor, al que califica de político profesional -uuuy, lo que le ha dicho-. Mientras tanto, el equipo original de la candidatura se va desintegrando poco a poco, aunque siempre por razones personales, en ningún caso ideológico-culturales, y dentro de un proceso que por lo visto obedece a la más estricta normalidad democrática.
Todo esto, a grandes rasgos. Si alguien quisiera entrar en detalles se encontraría con un fuego cruzado de acusaciones a base de expresiones como dejadez, sectarismo, vagancia, personalismo, intolerancia, afanes de protagonismo varios y una abierta desconfianza mutua. Y por encima de todo, hilarantes proclamas sobre lo conmovedor que resulta estar unidos en lo esencial, más allá de esas inevitables aunque pequeñas diferencias que nos separan.
Si todo esto ha de servir para hacernos mejores personas, sea, pero siempre y cuando el adjetivo no sea utilizado como sinónimo de idiotas. Porque en el momento en el que la transmisión en vertical de todos estos valores cale en la ciudadanía, más que de participación popular, igual hay que empezar a hablar de metástasis. Dicho lo cual, que siga la fiesta.