La fotografía que muestra a Rajoy, Moragas y su celtibérica compañía celebrando ayer en la grada el gol de España desprende el inconfundible aroma de lo deleznable. No obstante, las circunstancias que la explican no pasan obligatoriamente por recordar que se trata de los líderes políticos de un país inmerso en un rescate bancario de magnitudes insondables, sino que es necesario recurrir a ese tufo que genera el fútbol de alta competición cuando entra en contacto con el alma española.
Una afición futbolera que se levanta sobre dos pilares -el grandes éxitos de Manolo Escobar y la proclama “yo soy español, español, español” vociferada mientras se agita un mantel bicolor rematado por la silueta de un toro- no puede ofrecer grandes resultados en el terreno de la estética, no digamos en el de la épica. Sólo queda el recurso al virtuosismo y cuando éste falla, aparece el vacío. Hay gente cuya mera presencia hace que cualquier restaurante parezca una sidrería. Viendo a los incansables seguidores de La Roja deambulear por las calles de Gdansk resultaba desolador cualquier intento de establecer alguna relación entre las calles de la ciudad polaca y el escenario de ‘El tambor de hojalata’. En todo caso, la estampa invitaba a gritar de puro horror hasta que saltaran por los aires todos los cristales, siguiendo el inmortal ejemplo del pequeño Oskar Matzerath.
Zapatero sentenció que ejercer de jefe de Gobierno es algo al alcance de todo el mundo. Apurando la audaz teoría, Rajoy demuestra que cualquiera sirve para ‘Manolo el del bombo’. Lástima que el gracejo natural del antiguo registrador de la propiedad se sitúe lejos del alcance del sentido del humor de uso común en las instituciones europeas.
En unos tiempos en los que quién más, quién menos, se plantea cobrar los rescates en montaña, Mariano se proclama miembro insigne de la orgullosa estirpe de quienes no sólo recibe a los equipos de salvamento con una cariñosa regañina, sino que además pretende pactar cuánto deben abonarle por dejarse rescatar e impedir así que caigan en esa inutilidad laboral que suele preceder al despido. Según la doctrina Rajoy, Italia no se adelantó en el marcador, sino que fue España la que optó por quedarse un poco rezagada con el objetivo de empatar a continuación.
Para Rajoy, el rescate es la anécdota y el empate, la categoría. Todo lo contrario que sus altezas reales los príncipes de Asturias, a quienes ayer se pudo ver sobreactuando por todo lo alto el gol de Fabregas. Su alegría se antojaba tan impostada que cualquier observador imparcial diría que acababan de propinarles una mala noticia, el archivo de todas las causas judiciales abiertas contra Iñaki Urdangarin, pongamos por caso.