No hay drogas duras, ni blandas: por un lado, está la heroína y por otro, todas las demás; la gente se divide en coca y ‘caballo’, siendo la primera una sustancia que sólo sirve para actuar ante 5.000 personas o hacer la limpieza de casa, y el segundo, lo más parecido a la placenta materna; mantener la pasión por la música a lo largo de toda una vida es posible, aunque no es algo que esté al alcance de todo el mundo, pero lo que resulta del todo inalcanzable es escribir de forma entusiasta, mes a mes, año a año, en torno a nuevos y efímeros grupos que sabes que no valen nada; la inocencia es un combustible fósil de enorme potencia pero cuyas reservas terminan agotándose con el tiempo, un momento que suele coincidir con ese otro en el que te das cuenta de que nada de lo que hagas va a cambiar algo e incluso llegas al punto de comprender “cómo va la gente por el mundo: haciendo el ridículo”.
En ‘La magnitud del desastre-Memorias de un rock critic poco fiable’ (Ed.66 rpm), el rockero sin guitarra Oriol Llopis pasa revista sin orden ni concierto a una vida demasiado ajetreada como para considerarla un desperdicio. Llopis cruza a galope por su infancia, su dilata vida como crítico en las revistas musicales de los setenta y ochenta, su época de colaborador en ‘La Edad de Oro’, sus vivencias junto a algunas insignes figuras del rock’n’roll y sus andanzas toxicómanas, las típicas de cualquier yonki español de primera generación, a la vez que levanta acta de defunción de varios coetáneos que se fueron del mundo con un cierto estilo.
Una época apasionante, sin duda, y sin embargo, lo más interesante del libro radica en la propia personalidad del autor, cargada de humor y amor, hacia los demás y, sobre todo, hacia sí mismo porque a veces borroso es sinónimo de lúcido y no hay visión más nítida que la que se desprende de un puñado de recuerdos difusos. Conmueve cuando describe la infinita candidez juvenil que te persuade de que tu peinado nunca decaerá y de que tus tatuajes jamás perderán lustre, o cuándo divaga en torno a ese misterio que te permite sentir absolutamente nada a los sones de -en su muy catalán caso-, una sardana y, por el contrario, te pone el tuétano a temblar con Iggy Pop & The Stooges, pongamos el caso.
A lo largo de sus más de doscientas páginas también hay sitio para los remordimientos, las miserias y algunas mezquindades -la mayoría propias, algunas, ajenas-, pero cómo resistirse al arrebatador encanto romántico de alguien que, colocado en el hipotético trance de cambiar un instante de su pasado, confiesa que ni hubiera estudiado más, ni hubiera sido más formal, ni se hubiera forjado un porvenir como hombre de provecho; simplemente, hubiera impedido por todos los medios que le “rompieran el corazón a los dieciocho años”, convencido de que entonces nada en su vida hubiera sido igual. “He presenciado el primer desengaño amoroso de mi hija. ¿Cómo decirle que eso no es nada, que en un año ya no dolerá? ¿Que habrá más romances y sí, tal vez más decepciones, pero que también ella le romperá el corazón a alguien y apenas será consciente del daño provocado?”
‘La magnitud del desastre’ no sólo es uno de los mejores libros memorialísticos en castellano sobre cómo se va por la vida haciendo rock’n’roll a tiempo completo, sino el amargo antídoto contra la estupidez rampante en una época en la que hasta los más bobos de la familia Punset pasan por epítomes de la sabiduría. Lo que quiero decir, por si no había quedado claro, es que su lectura es altamente recomendable.