Una nación que otorga casi once millones de votos y 186 diputados a Mariano Rajoy no está en condiciones de mofarse de Sara Carbonero. Las absurdas aportaciones periodísticas de la reportera de Telecino a la retransmisión de los partidos de La Roja palidecen ante las explicaciones tipo cinta de Moebius con las que Mariano ilustra nuestra debacle económica. Si interpelada acerca de las condiciones meteorológicas, la novia de Iker Casillas levanta la vista hacia el cielo y a continuación augura lluvias porque las ha anunciado la tele, el presidente del Gobierno advierte que las cosas mejorarán cuando cambien y asegura que se están haciendo las cosas tan bien que hasta los mercados no tendrán más remedio que admitirlo algún día, quién sabe si aún bastante lejano.
Los partidos de España son incluso peor que el fútbol: son España. He visto a aficionados vestidos de toreros, de vikingos, de guardias civiles, de obispos y de trotonas. Sólo he echado de menos algún que otro disfraz de Dívar. Su himno es el devastador repertorio de Manolo Escobar envuelto en una bandera tocada con un toro. Y sin embargo, nada de todo esto es lo peor: España es el único país en competición cuyos partidos se viven con mayor sosiego en la grada que en la cabina de retransmisiones. Es más fácil encontrar la paz espiritual al lado de Manolo el del Bombo que en el perímetro que tiraniza Manolo Lama, Manu Carreño o quizás sean los dos a la vez, (lo siento mucho pero les confundo). Lo sé, no nos representan, ni los unos, ni los otros, pero no basta: urge impedir que se hagan pasar por nosotros.
Si uno quiere enterarse de algo respecto a la situación económica de España debe recurrir a los medios extranjeros; si, por el contrario, desea seguir sus partidos de fútbol está condenado a hacer lo mismo. Lo que en el primer caso es una pared de eufemismos, en el segundo se convierte en alarido continuo sin principio ni fin e inserto en la oscura tradición de ‘Crónicas Marcianas’. El objetivo confeso es evitar que, al menos durante hora y media, la audiencia piense en la prima de riesgo; el inconfesable, que piense en general.
Me gustaría decir que el refinamiento en el juego de la selección española ha ido acompañado de una progresiva higiene profesional entre los enviados especiales encargados de cantar sus gestas, pero mentiría vilmente: en España las gestas no se cantan, se berrean. La famosa furia se ha mudado del césped a las salas de prensa. Cualquier día vamos a tener una desgracia con las bengalas que a buen seguro porta su grupo de comentaristas. Para fortuna para España, sólo los mercados penalizan el estar “en posición dudosa”. Los árbitros aún no lo hacen.