Después de darle muchas vueltas, un grupo de científicos ha localizado el lugar exacto en el que se agazapa la capacidad de enamorarse. Tal como ya nos temíamos, está en el cerebro. De confirmarse los resultados, la investigación refutaría la teoría de que el tamaño no importa: sí que importa, mejor cuanto más pequeño. Con otras palabras, pero hace siglo y medio que Baudelaire ya lo dejó escrito: “No hay mejor cosmético que la estupidez”.
La investigación, a cargo de científicos estadounidenses y suizos -es decir, las respectivas mecas de la invasión militar y el secreto bancario, dos asuntos íntimamente vinculados al amor- sitúan el epicentro de los sentimientos afectivos en la misma zona en la que habitan las adicciones. Al igual que sucede con fumar, debería estar prohibido enamorarse en espacios cerrados, se generan alrededor enamorados pasivos. En cualquier caso, toda velada romántica es, en última instancia, una narcosala, de ahí la necesidad de un mínimo de intimidad.
Cada romántico es un yonki. Ahí tenemos el ejemplo de ‘Papuchi’, el William Burroughs del amor. Sin embargo, lo que el estudio no dice es que a diferencia de otros estimulantes y opiáceos, el amor impide el autodiagnóstico. Nadie se imagina confesándose enamorado y a la vez, apostillando “pero lo tengo controlado, puedo dejarlo cuando quiera”. En cuanto a las dosis, el informe científico advierte también de que los puntos del cerebro que se encienden ante la presencia de la persona amada van cambiando cuanto más tiempo se pasa junto a ella. Este dato explica que en este mundo existan tanto las órdenes de alejamiento como los safaris por Bostwana.
Todo apunta a que nos damos excesiva importancia. Al final, cualquier sentimiento humano puede traducirse a una fórmula química escrita a tiza en una pizarra, mediante un proceso de reducción no muy diferente al que se utiliza en la confección de algunas salsas. Localizado el laboratorio en el que Neruda fabricó sus veinte poemas de amor, ya sólo queda desarticular el zulo del que salen las canciones desesperadas.