Por muchas atracciones que incluya, será complicado que el espectáculo de una Eurovegas en funcionamiento pueda equipararse al que está ofreciendo su gestación. El descarnado peloteo al que las autoridades madrileñas y catalanas están sometiendo al magnate en régimen crediticio Sheldon Adelson encierra algún tipo de enseñanza aleccionadora. Al fin y al cabo, no todos los dias se tiene la oportunidad de contemplar cómo nuestros más soberbios líderes autonómicos se colocan los pantalones a la altura de las polainas con la mejor de sus sonrisas. Por lo visto, el mundo de los negocios es la continuación del Kamasutra por otros medios.
En cuanto al emplazamiento final de este campo de exterminio, casi como que da lo mismo. En nuestra actual situación, la patria -bien la española, bien la catalana, bien cualquier otra-, no deja de ser un piso patera a disposición del cliente bajo el rutilante sistema de las ‘camas calientes’. La buena noticia es que al menos el desierto de los Monegros se ha librado de la amenaza del engendro.
Si finalmente se perpetra, Eurovegas jamás será otro aeropuerto de Castellón huérfano de aviones. Quizás aquí no abunden los emprendedores dignos de tal nombre, pero sobran los ludópatas de la escuela kamikaze. Sobre sus espaldas se levantó el milagro económico español que desembocó en la burbuja inmobiliaria. Eurovegas compite con la Eurozona. Tan sólo la móneda única está en condiciones de rivalizar con la ruleta en el terreno de las emociones primarias. Hasta Ferrán Adriá se ha ofrecido desinteresadamente. Sólo pensarlo ya da sed.
Innoperantes a la hora de atraer a sus respectivos territorios plantas industriales, centros de investigación o proyectos sólidos, los ultraliberales Mas y Aguirre apuestan por el azar como motor de desarrolllo. Se apoyan en la experiencia propia: sus exitosas trayectorias profesionales resultarían inexplicables sin el concurso de los caprichos del destino, a falta de otros méritos. La confianza de los conservadores en el poder de las casualidades es tan ciega como infinita, aún a riesgo de que, con un poco de suerte, les acabe saliendo par y rojo.