Los nacionalismos independentistas injertos en territorio español ganan a grande, a chica, a pares y tienen 31 de juego, el problema es que se sientan en una mesa en la que la banca, el que reparte las cartas y su pareja están jugando al póker. Elevar hoy en día a Rajoy la reivindicación del derecho a la autodeterminación de los pueblos es como intentar venderle ‘La Farola’ a un mendigo. “No podemos elegir”, sentenció el presidente del Gobierno, elevando a plural mayestático una frase que debería haberse limitado a expresar en primera persona del singular. Nosotros sí que pudimos elegir el pasado 20 de noviembre. Y lo hicimos con los calamitosos resultados a la vista de todos. A día de hoy, causa estupor reconocerlo, hasta Gibraltar conserva un mayor grado de soberanía que España, una unidad de destino en lo colonial, el único protectorado del mundo que alberga en su seno territorios que aspiran a conseguir la independencia. Ni en el mejor de sus sueños podría Rajoy sacar adelante en el ámbito europeo algo remotamente parecido siquiera al denostado plan Ibarretxe. Por otra parte, si incluso los más patriotas del Congreso tienen siempre listo en sus labios un “que se jodan” dirigido a sus compatriotas, cabe hacerse una idea de lo que fue España como potencia ocupante, por fortuna para todos, hace ya algunos siglos. La subida del IVA en las entradas de los espectáculos de ocio queda compensada por la certeza de que todos los viernes habrá consejo de ministros, un ejercicio de ventriloquia en el que Mariano y Soraya deleitarán al público moviendo los labios para simular que interpretan un repertorio que siempre es ajeno y que reduce a nuestros dos estadistas a la triste condición de banda tributo de Milli Vanilli. Si no quedan fondos para la ley de dependencia es porque España los necesita todos para sí misma. El PP está empeñado en salvar el país, aunque para conseguirlo tenga que aniquilar a los paisanos. Es imposible caer más bajo, al menos, antes del próximo viernes.