Si preguntáramos a los españoles que se autoproclaman no nacionalistas y ciudadanos del mundo dónde desearían votar en las próximas elecciones y en todas las sucesivas, nueve de cada diez responderían que en el País Vasco, reservándose el décimo para Cataluña. Con el objetivo de dar respuesta a este estrafalario impulso, el Gobierno ultima una audaz fórmula jurídica que posibilite la implantación de injertos políticos en el censo vasco, basándose en la teoría de que la amputación de un apéndice corporal no exime a su poseedor de seguir sufriendo picores en el miembro extirpado. No hará falta aportar mayores pruebas de todas estas circunstancia que el mero testimonio del interesado, considerando que la famosa ‘palabra de vasco’ es una enfermedad contagiosa que se transmite con el roce.
A falta de dilucidar definitivamente si es cierto que Iker Casillas podría votar en Bilbao o tan sólo su padre, o incluso si también podría hacerlo el último Premio Euskadi de Literatura en la categoría de ensayo, Joseba Sarrionandia -por citar a tres eminencias cuya ausencia de Euskadi sería susceptible de achacarse a la existencia de ETA-, lo que el Gobierno Rajoy prepara es, antes que nada, una devaluación del ejemplo impartido por tantos vascos que permanecieron aquí a pesar de las amenazas y de los atentados. Por otra parte, no hay que olvidar a los cientos de escoltas que recientemente han tenido que partir en pos de un futuro mejor no tanto a causa de ETA como del anuncio de su inactividad. Este matiz tampoco debería servir para privarles del euskosufragio.
Se habla ya de entre 300.000 y 400.000 ‘exiliados’ por culpa de ETA, una cifra que se antoja incompatible con los precios del metro cuadrado de vivienda alcanzados aquí durante el período estudiado (1977-2011), los más elevados de toda España si recurrimos a la economía comparada. Asusta pensar hasta dónde hubieran llegado las tasaciones catastrales si el parque inmobiliario se hubiese visto en el trance de absorber semejante incremento en una demada ya de por sí disparatada.
Chillida se definió como un árbol con la raíces hundidas en la tierra vasca y las ramas abiertas al mundo. Todo apunta a que asistiremos al alumbramiento de una nueva especie vegetal invertida, esto es, con las raíces al viento y las ramas aferrándose a la urna. El loable objetivo de todo esto es salvarnos de nosotros mismos como sociedad, evitando que nos equivoquemos una y otra vez a la hora de elegir a nuestros representantes políticos.
Sin embargo, la condición de votante vasco debería restringirse a las personas que defraudan sus impuestos en el País Vasco. Bienvenidos sean aquéllos que regresen al lugar del que nunca tuvieron que ser expulsados. A quienes pretendan votar mediante la modalidad de mando a distancia sólo queda desearles que, llegado el momento, les toque ejercer como presidentes de mesa de cuerpo presente.