Apenas ha estrenado despacho, Mariano ha hecho lo que se espera de todo buen lector de prensa deportiva: subir el IVA de los espectáculos culturales, del 8% al 21%. La medida ha sido acogida por los sectores más concienciados de nuestra sociedad como se merece, esto es, propinándose en público la enésima capa de barniz marca Indignación, que se seca en apenas 72 horas. Incluso han alzado su voz los partidarios del intercambio compulsivo de archivos y los defensores del inalienable derecho de la cultura universal a fluir libremente, dos prácticas que ya habían reducido a escombros la producción musical, la cinematográfica y se aprestaban a hacer lo propio en breve con la editorial, bajo las más imaginativas coartadas, todo ello, sin hacernos un ápice más cultos. Milagroso.
En realidad, estamos hablando de una minucia, ciertamente engorrosa, con seguridad inútil, pero anecdótica. Podríamos remontarnos a mediados de los años ochenta, cuando el exterminio programado del vinilo y su impuesta sustitución por el CD merced a una decisión estrictamente industrial disparó los precios de los discos en la misma proporción en la que ahora se ha incrementado el IVA, es decir, multiplicándolos por tres. No obstante, la sustitución fue acogida con entusiasmo popular y la conclusión unánime fue que, en efecto, el CD sonaba mucho mejor.
Algunos nos vimos obligados a saltar por encima de la patraña ante la imposibilidad de discutir con el ciego que no quiere ver y con el sordo que no quiere escuchar, y veinte años después nos limitamos a constatar la devaluación hasta mínimos históricos de la música, sus contenedores y sus envoltorios, al punto de que estos dos últimos se encuentran ya en trance de desaparición.
Como vivimos en pleno rapto de enormidad, los más conspicuos creyentes de la entelequia izquierdista han abandonado raudos sus recurrentes apelaciones a “reinventarse” y “buscar nuevos modelos de negocio” para explicar la medida económica del Gabinete Rajoy en términos de odio de la derecha hacia la cultura, una especie de ‘fatwua’ retrospectiva en castigo por la desafección que los llamados ‘titiriteros’ demuestran a la mínima oportunidad hacia los herederos intelectuales de Pemán.
Pero la derecha selecciona minuciosamente los objetos de su odio y la cultura no figura entre ellos porque hace tiempo que dejó de ser digna de tal distinción. Un Gobierno “como dios manda” no distingue entre cultura, educación y deporte, por eso agrupa las tres materias bajo un mismo ministerio, A Rajoy la cultura le aburre, pero no la odia porque un liberal nunca lee si puede evitarlo. El nuevo IVA cultural es una medida económica, no ideológica. Lo mismo podría decirse de las descargas ilegales en internet, por mucha retórica pomposa que las haya rodeado, haciéndolas definitivamente insufribles. En cuanto a los poderes benéficos de la cultura en el individuo, una vez más hay que salir al paso de esta bienintencionada e insostenible teoría: hasta Alberto Ruiz-Gallardón sale de los conciertos con los ojos vidriosos de tanto llorar a moco tendido.