De natural disperso, cada vez que veo las imagénes el ‘asalto jornalero’ a los supermercados andaluces mi mente divaga en meandros colaterales a la acción revolucionaria, tales como si los saqueadores habrán metido la moneda en el carrito y, en caso de haberlo hecho, si la habrán recuperado al término de la ‘expropiación’. Sé que este hábito me convierte en merecido acreedor al atorrante refrán del sabio, el dedo y la Luna, pero qué me importa si carezco de fe en los sabios, más aún los que despilfarran su sabiduría en reseñar la existencia del satélite terrestre que popularizó Stanley Kubrick. Si tonto es el que mira el dedo, habrá que acuñar una expresión a la altura de las mentes que requieren de un dedo ajeno para constatar la existencia del gran pedrusco que nos acompaña en nuestras rotaciones terrestres.
Dicho lo cual, hay que reconocer la potencialidad concienciadora que anida en la ekintza andaluza. El hecho de que la izquierda bascule entre la huelga de hambre y el robo de alimentos indica más sobre el estado de la nación que el emjambre de datos macroeconómicos con los que a diario se baten en duelo Montoro y De Guindos. Pero si como acción propagandística la eficacia del saqueo es innegable. Como práctica revolucionaria es inviable. Al igual que sucede con la pena de muerte, conviene evitar que se convierta en una práctica cotidiana porque la rutina conduce a la relajación de las costumbres. Se empieza decapitando a María Antonieta y se termina electrocutando a débiles mentales; se empieza asaltando Mercadona y se termina desvalijando Ultramarinos García. Por otra parte, la expresión “robar a los ricos..” constituye un oxímoron, cualquier registrador de la propiedad sabe que ésta es un robo en sí misma. En cuanto a la segunda parte de la máxima -“… para repartir entre los pobres”- encierra una trampa dialéctica al omitir el precio que éstos terminarán abonando. Los ricos compran barato y los pobres lo pagan caro, sobre esta base se levanta la ley de la oferta y la demanda.
Por mi parte, llevo años intentando saquear los blogs de Patxi López, Anasagasti y otros ingeniosos blogueros a cargo del erario público, pero jamás he encontrado una frase digna de rescatarse siquiera mediante un modesto RT. Escribir en internet es como aparcar el coche en la calle: asumes que te puedan robar el radio-cassette, sólo pides que a continuación no intenten revendértelo. Si pudiera subastaría éste mismo, pero a falta de postores, lo pongo a disposición de los desheredados de la Tierra, confiando en que al menos tengan banda ancha. Al fin y al cabo, no se puede escribir con el estómago vacío. Y concluyo preguntándome por qué motivo en la expropiación revolucionaria no se utilizaron bolsas de tela en lugar de las de plástico, tan contaminantes para el planeta.