A la mano invisible del mercado, que saquea tu bolsillo, se le ha sumado la mano invisible del supermercado, que zarandea tu cuerpo. Que un jornalero andaluz profesional te arrolle en el ejercicio de sus obligaciones revolucionarias puede que forme parte del juego en un país sometido a semejantes tensiones financieras. Lo que no tienes por qué aguantar es que a continuación un solemne santurrón te propine desde el púlpito una lección de materialismo dialéctico que tumbaría al mismísimo Polit Buró para explicarte con falsa paciencia quién es tu auténtico enemigo. Algunos teólogos de la liberación tienen tendencia a considerar el planeta entero como su seminario particular, pero lo mismo se equivocan sí se creen que todo el mundo se ha matriculado en su asignatura. Perteneces al lumpen proletariado, una clase social carente de conciencia social, dedicada a la supervivencia en régimen de exclusiva. Del indescriptible desprecio que suscitas en el pomposo autor de la carta hablan por sí sólos y de forma harto elocuente tanto el infumable tono didáctico que destila su escrito como su tufazo paternalista que derrama por todos los lados. Lo cierto es que nadie sabe si eres un esbirro del capital, si tu actuación fue una pantomima televisiva destinada a sobrevivir en el mercado laboral o si ‘despistas’ a diario productos de las estanterías al finalizar cada jornada. En este último caso, se dirá que es una acción desprovista de épica revolucionaria, pero siempre podrás alegar que también existe la venganza personal. El pillaje es una novedad, mientras que la picaresca es una tradición. A cambio de empujarte cual carrito de la compra, el revolucionario explicativo te promete nuevos saqueos jornaleros si algún día eres tú misma la necesitada, un futurible digno de cualquier político a la caza de votos. lo cierto es que a estas horas ya cargas con una agresión física más de las que los asaltantes han sido capaces propinarle al propietario de Mercadona. Si quieres ahorrarte el sermón puedes decirle que sí a todo, pero adviértele al aceitunero altivo de que la próxima vez le enseñaras por dónde amargan los olivos.