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Alberto Moyano

El jukebox

El desfile de Vitoria-Gasteiz's Secret

Parafraseando a Gil de Biedma, podría decirse que de todas las historias tristes, la de Patxi López es la más alegre. Durante tres años y medio, ha sido vapuleado por la oposición, zarandeado por los acontecimientos y calificado de imbécil por su único aliado. No obstante, dejará para la historia unas cuantas estampas de la felicidad: la noche electoral en la que se ganó gracias a una desahogada derrota, el safari fotográfico por las dependencias de Ajuria Enea de la mano de su esposa o su posado atolondrado en power balance. Definitivamente, López siempre ha transmitido la sensación de sentirse mucho más cómodo en una pulsera mágica que en una Lehendakaritza a la que llegó mediante sortilegio.

Cuando se vaya no faltará quien repita la letanía habitual de que el tiempo se encargará de poner las cosas en su sitio, pero ya puede irse olvidando: el tiempo no dota de significado a los acontecimientos, tan sólo los desordena de otra forma. PatxiLo es el hombre que se apareó con Basagoiti, una enfermedad venérea en sí mismo, y ni siquiera lo hizo por amor, sino presa de una lujuria que, para colmo, tampoco era propia, sino ajena. Le encargaron desalojar al PNV de Lakua y cumplió su misión, aunque agotado su tiempo, cuánto de lo que ha hecho no hubiera podido hacer de la mano de los jeltzales. En la legislatura del final de ETA y de la crisis, López ha conseguido la proeza de parecer un espectador más y ni siquiera el más atónito.

Ahora, a dos meses de las elecciones adelantadas más demoradas de la historia y las últimas que celebraremos en la intimidad -en las siguientes el censo ya habrá sido injertado por el ‘exilio’-, el panorama es el siguiente: Patxi López se presenta como el candidato que desea asistir a su propia autopsia política; Basagoiti comparece como la versión chisposona de un gran estadista que, para su desgracia, estará a las órdenes de Madrid; Urkullu, como la vía Nanclares de Ibarretxe; y Bildu, disimulando que es el que más se juega en todo esto ya que cualquier cosa que no sea un aumento de su respaldo electoral será interpretado por el Gobierno en clave de acertada política antiterrorista.

A falta de candidatos carismáticos, un deslumbrante programa político o una gestión asombrosa al frente de las instituciones que ya controla, Bildu puede contar con todo lo demás, es decir, lo principal: la inquebrantable torpeza de los suburbios de Rajoy, cuya involuntaria aunque infatigable entrega a la causa independentista acostumbra a resultar demoledora para los rivales de la izquierda abertzale a la hora de contar los votos.

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