Cuando el Banco Central Europeo ofrece a España la compra ilimitada de deuda a cambio de que pida el rescate lo que está haciendo es seguir de forma estricta el protocolo de actuación de los vampiros, que no pueden penetrar en el domicilio de su víctima sin mediar previa invitación de ésta. Al fin y al cabo, España es un cuello -de botella, matizarán los alemanes de Mallorca, pero cuello en cualquier caso-. A la espera de que Rajoy conteste que sí, los banqueros ultiman sus exigencias porque en este intercambio de fluidos en el que se ha convertido -quizás siempre lo fue- la economía financiera, el mundo se divide entre los que prestan y dicen cómo, y los que piden perdón y esperan instrucciones. Una vez más, nos ha tocado el segundo grupo.
A estas alturas ya nadie se cree que los rescates sirvan para algo que no sea reactivar la pujante industria de la soga, dado que cada candidato al ahorcamiento debe presentar su solicitud de suicidio acompañada de su correspondiente cuerda con nudo corredizo. Mientras tanto, el antaño se definiera como “si algo soy es fiable” se veía en la humillante situación de contemplar impávido a Merkel mostrándose “impresionada” por las intensidad de sus reformas mientras se retocaba la manicura, una escena calcada a la que ya padeció hace dos años el denostado Zapatero. Ves a Rajoy, miras a Merkel y en el acto comprendes que estás ante dos personas condenadas a olvidarse antes de incluso de haberse despedido.
“La muerte es un maestro venido de Alemania”, escribió Paul Celan, pero no hace falta ponerse tan tremebundista, por más que el ominoso silencio de Paul Krugman en los últimos tiempos contribuya a disparar todas las alarmas. Los germanos comparten con los españoles la percepción de que aquí se ha derrochado, pero a diferencia de nosotros, ellos sí parecen saber hasta qué punto. La democracia funciona en este caso como agravante: cada euro de más invertido en el despilfarro fue dilapidado por al menos un cargo electo. Fabra hubiera seguido ganando comicios hasta que los mayas hubiesen dicho basta. El hundimiento económico fue aprobado por el Congreso, así que las condiciones del rescate se pactarán al margen de esta cámara. La soberanía nacional queda reducida así a la potestad de decidir si a todo esto aún le seguiremos llamando democracia, una cuestión formal irrelevante, tal y como hace meses que el propio Mario Monti está en condiciones certificar.