Lo malo de tener una vida tan larga es que acabas concediendo excesivas entrevistas a demasiada gente. El amasijo de recuerdos entrañables que Santiago Carrillo deja entre los corresponsales políticos aún en activo resulta asfixiante al día siguiente de su muerte. Su memoria solo era comparable a su amnesia y a la hora de olvidar siempre es mejor hacerlo en buena compañía. La transición no finalizará hasta que se jubile el último periodista capaz glosar a Fraga como un abuelito gruñón pero con buen fondo y a Carrillo como un pragmático visionario que antepuso los intereses de España a los de su partido. A lo largo de su vida, el dirigente comunista pactó igual que purgó: para conservar el poder. Por cierto, cada vez que alguien acaba anteponiendo los intereses nacionales a los de su partido me pregunto para qué se molestó entonces en fundarlo. La tenacidad con la que algunos dinosaurios de la prensa continúan defendiendo las bondades de aquel pacto entre carniceros y cómplices -como no podía ser de otra manera ya que los inmaculados suelen tener poco que aportar en semejantes procesos- sólo se entiende desde el complaciente autoconvencimiento de que su concurso también fue determinante para llegar a buen puerto. En su infinita modestia, algunos periodistas asumen que no deben ser los protagonistas de la noticia, se conforman con serlo de la Historia.