A la vista de ‘Mariposas en el hierro’, hay que admitir que el Festival de Cine de San Sebastián tuvo un gran acierto al atribuir la no inclusión de la película ‘Ventanas al interior’ a razones de índole editorial y no cinematográficas. Sólo desde legítimos criterios editoriales se puede entender la exclusión de la primera en una edición en la que sí ha encontrado acomodo la segunda. Digamoslo cuanto antes: sin ser nada del otro mundo, ‘Ventanas al interior’ es muy superior cinematográficamente a ‘Mariposas en el hierro’, aunque sólo sea porque la imposibilidad de rodar en el interior de las prisiones obliga a los directores de los cinco cortometrajes a ingeniárse recursos de cierta creatividad. ‘Mariposas’, por el contrario, cuenta una materia prima mucho más golosa: dicieséis mujeres que han sufrido en sus carnes distintos tipos de violencia, de la policial a la etarra, pasando por la machista. Deshilachada por momentos, bisoña todo el rato y naif en sus recursos visuales, lanza un mensaje de esperanza en la reconciliación y en favor del entendimiento entre diferentes que, más allá del consenso que suscita, parece concebida para su exhibición en el cole. Por otra parte, resulta tan irritantemente didáctica como pueda ser ‘Ventanas al interior’. Por explicarlo de otra forma, Bertha Gaztelumendi en ningún momento deja a solas al espectador, so pena de que piense un rato por sí mismo; antes bien, le lleva de la manita por el trayecto marcado hasta el destino deseado. Por supuesto, los testimonios recogidos rebosan interés -más allá de que no se entiende muy bien qué pintan Edurne Brouard, Arantza Urkiaga, militantes colombianas y la madre de Nagore Laffague en un mismo documental- pero, con todo, uno aún sigue creyendo que el arte consiste en otra cosa, algo así como en sabotearte todas y cada una de las convicciones que le dejes a su alcance.