Confieso que cuando vi el vídeo de los dos guardias municipales al volante conduciendo con los ojos tapados, cibreando las nalgas y comiéndose un plátano lo primero que pensé fue en De Guindos y Montoro acudiendo a otra cumbre europea. A unas horas de que comience la campaña de las elecciones autonómicas vascas, me reafirmo en mi acendrada convicción de que el candidato más convincente es aquél que mejor oculta sus intenciones. Votar un programa electoral se ha convertido en un ejercicio de espiritismo similar a contratar un seguro de vida para la otra vida. Lo sabemos y nos gusta. ESta misión se topa, sin embargo, con el obstáculo que entraña la excesiva duración de las propias campañas, que en ningún caso deberían exceder en el tiempo a un trending topic corriente, hablamos de entre seis y doce horas.
Confío en que los candidatos nos ahorren la humillación que supone asistir a una detallada explicación de un programa de gobierno que ni pueden ni piensan cumplir y se vuelquen en la descalificación personal de sus rivales.
A dos semanas de votar, el cuadro a grandes rasgos es el siguiente: si el PSE y el PP pierden, Ibarretxe asomará para recordarnos que “los gobierno que nacen contra el pueblo mueren en el pueblo”, frase con la que lleva acariciándose tres años y medio aproximadamente; si gana el PNV, escucharemos en euskera los mismos argumentos que ya hemos tenido ocasión de oír en español, gallego y catalán; y si EH Bildu no consigue algo homologable a una victoria va a tener que administrar entre el colectivo de presos un pifostio considerable de consecuencias imprevisibles que ni una explicación personalizada de las bondades del Puerta a Puerta podrá sofocar.
Suceda lo que suceda, cuando todo esto haya pasado dispondremos de una jornada de reflexión de dos años y medio, hasta los siguientes comicios, con el permiso de los ‘hombres de negro’, inch’allah.