Es posible que quienes aseguran que el rey mejora la imagen de España en el mundo no exageren un ápice, lo cual debería llevarnos a reflexionar en torno a cómo nos ven desde fuera. En una inmisericorde recreación de ‘Barrio Sésamo’, dice el monarca que “dentro, España da ganas de llorar”, en cambio “desde fuera se ve mejor, sales más contento”. Un saludo a Bostwana, un lugar en el que hace apenas unos meses se demostró que uno puede irse de España, pero no puede sacarse España de dentro, a la espera de que “el desafío catalán” fructifique y desmienta este diagnóstico.

Desde dentro España da ganas de llorar; desde arriba, de reír; desde abajo, de gritar; y desde al lado, de huir. Todo iba bien cuando España era un país en la mochila, qué necesidad había de sacarla fuera. En cuanto a las lágrimas, la última vez que vimos llorar a un miembro de la familia real fue a la infanta Elena en la inauguración de los Juegos Olímpicos de Barcelona, una imagen imborrable que, precisamente por eso mismo, convendría evitar a toda costa que se repitiera.

El instrumento esencial de los demás monarcas europeos quizás sea la corona; en el caso del de España es el folio con el discurso, en letra avasalladoramente grande y a doble espacio. Cada que se aventura en los terrenos de la improvisación, don Juan Carlos se revela como un orador temerario, por fortuna, torpe. Aún me pregunto qué quiso decir exactamente cuando recriminó a los periodistas de palacio mediante una enigmática frase con ecos mitad forestales, mitad limpiacañerías: “Vosotros lo que queréis es ponerme un pino en la tripa”. En ese Ferrán Adriá cada vez más cerrado con el que se maneja por el mundo, el rey ha prometido ahora que España saldrá adelante “con el cuchillo en la boca y una sonrisa”. La boca será la del estómago y la sonrisa, vertical. Si no, una vez más no se entiende a qué se refiere.