Ana Botella, alcaldesa por poderes, se largó a un lujoso Spa de Lisboa en plena tragedia de Halloween, pero “no dejó de pensar ni un minuto” en el Madrid Arena. Fue su forma de poner los pies encima de la mesa, ya se sabe que los niños tienden a emular el comportamiento de sus mayores. En cualquier trabajo, Botella estaría despedida, pero ya ha adelantado que la idea de dimitir, al igual que cualquier otra idea en general, ni se le ha pasado por la cabeza. En todo este comportamiento, se adivina mucho antes a la infatigable comentarista de cuentos infantiles que a la responsable política. La mujer del César no sólo debía ser honrada, sino también parecerlo. A la de Aznar ni siquiera se le exige zozobra o sensibilidad, tan solo que simule tenerlos.
Cuando sucedió la tragedia del ‘Prestige’, el máximo mandatario gallego también se piró del lugar de los hechos, en este caso, a una montería. Dado su carácter tronante, nadie osó preguntarle en qué estuvo pensando mientras se cobraba algunas piezas a tiro limpio, pero a un hombre en cuya cabeza le cabía el estado entero, según sentenció Felipe González, se le supone tiempo para todo.
Entre otras prestaciones, los Spa de lujo tienen la ventaja de estar exentos del riesgo de avalanchas humanas, pero no se puede decir que la máxima regidora de la capital española haya vuelto mejorada de su estancia lusitana. En su comparecencia de ayer ante la prensa, le temblaba todo. Ya hay quien ha apuntado a que la Alcaldía le viene grande, por fortuna el cargo de la Botella es retornable. Madrid está ahora mismo en manos de un presidente autonómico que no fue el que votaron los electores y de una alcaldesa en idéntica situación. Si es cierto que la mujer de Aznar no dejó de trabajar en ningún momento del pasado fin de semana, una de dos: o en Madrid le sobra un despacho o le falta un spa. Cada vez que algún miembro del matrimonio Aznar de las Azores pisa territorio portugués se avecina un desastre o ya ha ocurrido. En el caso de Botella, la tarea más inmediata a la que se enfrenta ahora no es depurar responsabilidades, sino conseguir que éstas le mantengan a salvo de las garras de algunos de sus propios compañeros de partido, al parecer, más partidarios del trago largo.