En la sociedad del conocimiento, uno de los principales requisitos consiste en no saber, bien mediante la ignorancia directa, bien mediante el olvido. En realidad, uno no sabe a qué partido político vota, ni quien lo financia; en realidad, no recuerda qué votó en las penúltimas elecciones, “¿a los mismos que ahora, no?”. No sabe qué sindicato le representa, ni recuerda ya por qué lo eligió. No sabe muy bien en qué consiste es el negocio de los bancos, pero firmó con uno una hipoteca cuyas condiciones conoce a grandes rasgos, pero cuyos detalles se le escapan, al fin y al cabo, ¿qué significa avalar? Uno sólo espera que este tipo de entidades saquen el máximo rendimiento de sus depósitos, no es necesario que explique cómo. Tampoco sabe qué programas de televisión ve, quién los patrocina, ni el motivo por el que ve esos y no otros: “No sé, estaba haciendo zapping y me lo encontré de casualidad”. En cuanto a los periódicos, uno hojea el que pilla en la barra del bar, la verdad es que qué más da, todos mienten y además, por igual, ¿verdad o no?. Por supuesto, uno no sabe de dónde salen ni quién fabrica todas esas camisetas, pantalones, zapatillas de deporte y balones de marca. “Los hacen los chinos, ¿no? Pues ya está”. Y qué decir de los muebles y complementos nórdicos para el hogar de la más famosa cadena del mundo. Y a no ser que seas ingeniero de comunicaciones, ¿para qué quieres saber de dónde salen las piezas de tu móvil? “Pues de África, ¿no? Uuuuy, pero esos países no hay quien los arregle, están siempre matándose entre ellos”. Uno no puede estar a todo: si en su día no tenía ni idea de dónde salía el ‘loro’ que compraba de ganga para el coche, cómo para saber ahora de dónde sale este piso tan barato adquirido en pública subasta, ¿cómo saber qué pasó con su anterior dueño? Y sobre todo, ¿para qué saberlo? “¿Acaso hago yo las leyes?”. Por cierto, quién las hace. “Los jueces, ¿no? En la sociedad del conocimiento, no ha lugar para los cotilleos. Bueno, sí, en la red de redes, pero es distinto. Desde luego, lo que uno no puede es estar todo día al tanto de si el vecino está al borde del desahucio o la anciana del segundo está desatendida porque la hija que le cuidaba se murió de repente anteayer. La convivencia en vecindad se basa en una serie de pilares, el principal de los cuales es: “Cuando nos cruzábamos en la escalera parecía muy normal, siempre saludaba”. Por supuesto, uno no es tonto: ya sabe que tiene derechos, pero también obligaciones, lo que no tiene del todo claro es cuáles son unas y cuáles, otras. En esto consiste la civilización. Y lo principal y más importante de todo: uno ya tiene bastante trabajo con elegir cada día quién quiere ser y en aparentar todo el rato quién quiere que los demás crean que es, como para entretenerse en cuestiones tipo ¿quién soy? “Pues quién voy a ser: tú, ¿no?”