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Alberto Moyano

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El año que vivimos como dios manda

Doce meses después del advenimiento de Mariano Rajoy a La Moncloa para cumplir la voluntad de dios en materia económica así en la tierra como en España, sólo es posible sostener que estamos mejor que antes desde la perspectiva de que queda un año menos de legislatura, circunstancia atenuada por la certeza de que a ésta le seguirá otra. A lo largo de este 2012, se ha cumplido al menos una de las reivindicaciones del movimiento ‘indignado’: el fin de bipartidismo. Ahora disfrutamos de un régimen de partido único. Del ‘no nos representan’ hemos pasado al ‘no nos representa’. Rajoy ha incumplido todas y cada una de sus promesas electorales excepto una, la que iba implícita en el melifluo saltito que la noche de autos dio en la terraza de la sede del PP, convertida aquel día en una especie de Génova Arena en plena Rave. En aquel simulacro de bote, se anunciaba ya la perplejidad, el desánimo y la voluntad de obedecer a toda costa que anidaban en el líder del PP. A Rajoy le han bastado unos meses para convertir España en una spin off de ‘Esta cocina es un infierno’, en la que Merkel ejerce de Chicote para regañarnos una y otra vez en público y ante las cámaras: siguen apareciendo ratones muertos en lo más frondoso de nuestra economía. En el capítulo de los éxitos a consignar en estos doce meses, cabe apuntar la Eurocopa que España ganó el pasado verano, un logro al que Mariano es por completo ajeno, pero al que se siente íntimamente ligado. Lo mismo que le sucede con la crisis económica. Hemos pasado de repartir primas entre los ciudadanos que tenían hijos como si fueran futbolistas goleadores a no poder con el gasto farmacéutico de los jubilados. ‘The Economist’ tachó injustamente de “misterioso” al presidente del Gobierno, cuando lo realmente enigmático es que lo sea. Rajoy pertenece a la nutrida estirpe de los descartes, pero cuando eres la segunda opción incluso de alguien como Aznar tu cotización se rebaja a niveles alarmantes. Por otra parte, el hecho de que once millones de ciudadanos terminaran por refrendar con sus votos la elección del marido de Ana Botella dice muy poco en favor del conjunto de los españoles. Registrador de la propiedad antes que presidente del Gobierno, Mariano ha esgrimido un argumento incontestable a la hora de acometer sus políticas: no hay otra opción. Rajoy siempre funciona por eliminación, ni elige ni puede ser objeto de elección: fue candidato tras la renuncia con marcha atrás de Rato; es presidente del Gobierno tras el suicidio del PSOE; y si ahora se afana en estrangular al país es tan sólo porque no queda otra opción. La expresión “como dios manda”, que guía todas sus acciones, se traduce en la siguiente paradoja: el Altísimo nos dotó del libre albedrío para elegir a quién obedecer. El resultado de este trabalenguas teológico se llama Mariano Rajoy.

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