El último libro del Papa, ‘La infancia de Jesús’ (Editorial Lo Que Yo Te Diga, 174 páginas, 17 euros) viene a poner un poco de orden en el maremágnum de confusas informaciones que rodean el nacimiento de Jesús. Fruto de varios años de intenso trabajo, salpicados de ‘puentes’ festivos y vacaciones, Ratzinger matiza, aclara y, en ocasiones, refuta con pruebas incontestables lo publicado en su momento por los tuiteros @marcos y @lucas, firmantes en su día de la exclusiva.
Antes que nada, conviene reseñar que las pesquisas del Papa han permitido determinar que el lugar del nacimiento no fue Belén, población de la Cisjordania ocupada, sino en Bailén, municipio de Jaén sito a escasos kilómetros de Linares, cuna de otra figura inmortal de talla internacional y que sigue contando con miles de seguidores en todo el mundo: Raphael. A partir de ahí, los equívocos y los rumores infundados se mezclan a partes iguales, siempre según la versión del pontífice. En cuanto a la fecha, el santo padre no se atreve a precisarla concretamente pero sitúa el nacimiento en el año 15 del imperio de Tiberio César, entre el 6 y el 7 antes de Cristo, coincidiendo con la emisión de la tercera temporada de ‘Hospital Central’.
En el terreno de los hechos concretos, el portal de Bailén en el que tuvieron lugar los acontecimientos era más bien un coqueto adosado de dos plantas y garaje procedente de un desahucio por impago y adquirido en pública subasta a precio de ganga. Además, en su interior no había una mula y un buey, tal y como se creía hasta ahora, sino dos motos de gran cilindrada que José y María acostumbraban a utilizar en sus desplazamientos. En cuanto a la estrella luminosa, no era tal, sino el gran Félix Baumgartner saltando desde Saturno por cortesía de una conocida marca de bebidas energéticas. En todo caso, una confusión comprensible.
Aclarado esto, Benedicto XVI aborda la cuestión clave del asunto: “¿“Es verdad que Jesús fue concebido por obra y gracia del Espíritu Santo?”. Sí y no, viene a responder el Papa en su libro. Lo cierto que la anunciación del embarazo no corrió a cargo de un ángel propiamente dicho, sino de la criatura más parecida a un querubín alado que uno pueda encontrarse en la Tierra: un pasajero de Ryanair. Fue él quien se encargó de comunicar a María cuál era la voluntad del Señor: que adoptase de inmediato un baby, a imagen y semajanza de lo que otras mujeres como Madonna y Angelina Jolie venían haciendo de forma cotidiana desde tiempos inmemoriales. Ni que decir tiene que José se limitó a tomar buena nota y a engrasar la maquinaria burocrática a fin de que el engorroso papeleo se resolviera lo antes posible. En cuanto a la participación del Espíritu Santo en todo este asunto, el único rastro que Ratzinger ha encontrado figura en la hipoteca que José y María suscribieron con el banco portugués del mismo nombre, actualmente, rescatado con fondos europeos.
Y esto es todo por el momento. El Papa ya ha adelantado que en próximas entregas desvelará algunas otras imprecisiones detectadas en el transcurso de sus procelosas investigaciones, tales como las referentes a la multiplicación de los panes -de molde y sin corteza- y los peces -de estracción en el banco saharaui-, o la conversión del agua -de Vichy- en vino -rubí, dos años en barrica de roble, intenso en nariz, muy afrutado y con retrogusto a regaliz y frutos del bosque-.