Ni siquiera una exhibición de poderío grastronómico tan espectacular como la ‘merienda de negros’ protagonizada el miércoles por la asamblea de Kutxa -una prueba más de que ‘como aquí no te comen en ninguna parte’- ha servido para que Gipuzkoa ganara alguna nueva estrella Michelín, una prueba más del chauvinismo rampante que anima la confección de la popular lista francesa. Con la Michelin -todo hay que decirlo- siempre estaremos en deuda porque nos ha enseñado que cuanto más espiritual y elevado es el discurso del cocinero, más terrenal es su comportamiento ante los reveses que te da la vida, en este caso, la guía. Sé del caso de un cocinero firme defensor de que su restaurante es más una experiencia estética que culinaria que, llegado el momento de perder una estrella, reaccionó ofreciendo en privado y ante un grupo de privilegiados -sus empleados- un espectáculo en el que no faltaron alaridos, improperios y blasfemias proferidas a grito pelado, todo muy emocional. La guía Michelin ha convertido a los cocineros en superhéroes de la factoría Marvel, gente capaz de coger una margarita, y conseguir que te huela a chuletón y te sepa a rodaballo. Los nutricionistas recomiendan masticar veinte veces cada bocado antes de tragarlo: he estado en restaurantes en los que no conseguirías alcanzar esa cifra ni sumando el conjunto de todos los platos que conforman el menú, dado el tamaño de las nanoraciones. Definitivamente, no nos representan. En esta competición, elegir entre plato redondo o plato cuadrado rsulta tan decisivo como decantarse por neumáticos blandos o duros en la Fórmula 1. El éxito consiste en situarse en lo más alto de la lista y si esto no es posible, mantenerse al margen de ella; el drama radica en caer en el infierno del grupo de los que ostentan una estrella solitaria. La lista de bajas a manos de la crisis en ese tramo de establecimientos ha sido notable ya este año y amenaza con ser aún mayor en el que viene. La gente que come a precio de oro quiere contarlo y si el nombre del establecimiento ni siquiera le suena a su interlocutor corre el riesgo de hacer el ridículo. Si estamos hablando de experiencias estéticas habrá que convenir que ésta no concluye con el postre, sino con el relato pormenorizado de la cuchipanda a familiares, amigos, conocidos y, en definitiva, a cuanta persona disponible se ponga a tiro. Me pregunto hasta qué punto la Guía Michelin no está en el origen intelectual del ‘porno para mamás’.