Ahora que ya habíamos terminado de asumir el fatalismo implícito en el principio de que “cada pueblo tiene los políticos que se merece”, la realidad nos propina una nueva vuelta de tuerca al enfrentarnos a la pregunta de a qué designio inescrutable obedece entonces la recua de ’emprendedores’ que nos ha caído en suerte. Quizás a los desmanes perpetrados en una vida anterior. De ser así, quizás ahora estaríamos purgando los pecados cometidos durante la conquista de América o la Reconquista de la Península.
Nuestra CEOE, por boca de su vicepresidente, Jesús Terciado, acaba de proponer un nuevo tipo de contrato para jóvenes, un sector aún sobreprotegido por legalismos que obstaculizan la compra-venta de mano de obra tierna, tal y como lo demuestra el 50% de paro que esta franja de edad padece. La propuesta empresarial se resume en lo siguiente: trabajos adultos a cambio de salarios infantiles. Pulverizado el concepto de convenio colectivo, las condiciones se negociarían de forma individual, en el propicio ambiente que sólo se encuentra en el seno de un buen despacho de recursos humanos, poleo menta por medio si hiciera falta limar asperezas.
En los mundos del tal Terciado, urge revisar el lenguaje. Así, en “joven ingeniero”, el sustantivo sería “joven” e “ingeniero”, el adjetivo, justo al revés que hasta ahora. En cuanto al dominio de idiomas, es una cuestión secundaria: lo importante es dominar la contabilidad, siempre que sea en euros y mientras la troika no diga lo contrario. La patronal es consciente de que dispone de “la juventud mejor preparada de nuestra historia”, lo cual la sitúa en condiciones inmejorables para comprender antes que nadie la necesidad histórica de picotear en el inmortal legado que en materia laboral que nos dejó el Manchester del siglo XVIII.
Por supuesto, esta situación de microsalario + cuenco de arroz no se eternizaría en el tiempo; sería algo transitorio hasta que finalizara el período de formación -es decir, de deformación-, esa etapa de la vida en la que uno pasa de la confianza a la resignación. Todo se reduce a percibir un sueldo demasiado bajo a un precio excesivamente alto. Alguien tiene que trabajar y aún queda tanta gente que despedir…