Sería 1991 o quizás 1992. Aquella noche, Euskal Telebista emitía en directo un debate sobre la autovía de Leizaran en la que participarían representantes de todos los partidos políticos presentes en las Juntas Generales de Gipuzkoa, así como Jonan Fernández, cara visible por aquel entonces de la coordinadora que se oponía al trazado defendido desde las instituciones y hombre fuerte ahora del Gobierno Urkullu en materia de pacificación y normalización.
No recuerdo los nombres de todos los políticos presentes en el plató, pero sí los de algunos: Inaxio Oliveri, Gregorio Ordóñez y, creo que, Joseba Egibar. Tampoco tiene mayor importancia porque, aunque no lo supieran, todos estaban allí en calidad de atrezzo. Por aquella época, yo era redactor de la Sección de Cierre, así que dado el horario de emisión, me tocó cubrir la charla. Lo que no entendí en un primer momento fue que se me enviara a presenciarlo in situ, dado que al emitirse en directo por ETB-2 podría cubrirse sin problemas desde la propia redacción del periódico, escribiendo a la vez que se desarrollaba y ahorrando así un tiempo precioso cuando trabajas al filo de la hora de cierre. Y digo en un primer momento porque luego sí que barrunté los motivos y con el paso de los años me llegué a formar una idea bastante exacta de lo que pasó aquella tarde-noche.
Y lo que pasó fue que llegué a Miramón, me presenté al conductor del programa, que mostró nula sorpresa por mi presencia allí, así como al resto de los participantes que, concentrados como estaban, me ignoraron con elegancia. Me senté en las sillas dispuestas para acoger al público del programa, que aquella noche se redujo a un servidor y, al poco rato, a Víctor Aierdi, también de coordinadora anti-autovía y que había acompañado a Fernández. Un detalle: entre bambalinas Jonan Fernández se dirigió a Gregorio Ordóñez, ofreciéndole su mano, pero el dirigente ‘popular’, le dijo que no podía estrechársela hasta que condenara los atentados de ETA. Fernández lo aceptó sin más, quizás algo decepcionado. No obstante, aquel gesto pareció incomodar más al Gregorio, escindido entre su naturaleza afable, dada a estrechar la mano a cualquiera que se la tendiera, y lo que él entendía que era su obligación política: no transigir y menos, fuera de cámara.
El debate arrancó y cada uno de los presentes expuso sus argumentos a favor y en contra, transcurriendo todo dentro de unos cauces tan normales que, desde mi punto de vista, convirtieron la charla en un monumento al tedio catódico. Ya me estaba preguntando que pintaba yo allí, cuando el moderador, que debió coincidir con mi diagnóstico, abdicó súbitamente de su papel de conductor del programa para asumir, no tanto el de acérrimo partidario de la autovía, como el de agresivo detractor de los contrarios a la misma. Y a partir de ahí, pasó a ser inopidamente una especie de antidisturbios: cortó de forma sistemática las intervenciones de Jonan Fernández y de ahí, pasó al trato despectivo sin disimulos. En los asientos, Aierdi lanzaba fugaces miradas de estupor, quizás a la espera de que yo tomara buena nota de lo que acontecía en plató, y no era el único porque el resto de los debatientes tampoco ocultaba su asombro. Fernández, por su parte, intentó capear el temporal. Y nada, el tiempo transcurrió y el debate terminó sin que arrojara grandes conclusiones, ni se expusieran argumentos novedosos.
Despedida la audiencia y ya fuera de cámara, todos nos levantamos de los asientos y en ese momento Fernández se dirigió al presentador: “José Mari, con todos los respetos, creo que no has estado imparcial, te has saltado mis turnos de réplica y…” No pudo seguir. Réplica del presentador: “¡¡¡Oye, no te permito que me amenaces, yo soy un profesional probo -la expresión se me quedó grabada- que ha desarrollado su carrera en muchos medios de comunicación, no te permito que cuestiones mi capacidad!!! ¡¡¡Yo cubrí el caso Zabalza para ‘Egin’!!!” (un inciso: al día siguiente subí a la hemeroteca del DV para comprobar esto último pero sólo pudo comprobar que las informaciones que el diario de Hernani publicó sobre aquel turbio asunto fueron firmados bajo el genérico ‘Egin’ y, en todo caso, por mucho que rastreé tomos y tomos no hallé rastro alguno del nombre de nuestro presentador).
Todos los presentes nos quedamos estupefactos, empezando por el propio Fernández -que intentó balbucear algo sin mucho éxito-, hubo unos largos segundos de silencio que el presentador, al comprobar que nadie le secundaba, ni entendía nada, ni su rival se sumaba a su escalada verbal- rompió con un “venga, no pasa nada, ha sido un momento de tensión, vamos a tomar algo, que hay un pequeño ágape preparado en la sala de al lado”. Y allí fuimos. En la salita, se formaron dos o tres corros en un clima tirando a tenso. Finalmente, tras despedirnos los unos de los otros, nos fuimos. En la puerta, me disponía a llamar a un taxi, cuando Ordóñez se ofreció a acercarme a la redacción del DV. Acepté y por el camino me confesó que se sentía mal por haber rehusado dar la mano a Fernández, pero que no podía dársela a alguien que no condenaba a ETA. Que por ahí no pasaba. No obstante, se notaba que tenía ganas de hablarlo con alguien porque estaba en ese estado que los psicólogos llaman ‘disociado’, una especie de tensión entre lo que le pedía el cuerpo y lo que entendía que era su deber.
Llegué a redacción, expliqué a los presentes que no había nada publicable que contar sobre lo acontecido en el debate, coincidieron conmigo porque lo habían visto por la tele y no escribí una sola línea sobre el tema. Fin.