Aún a riesgo de degradar el blog a la categoría de canal temático, me veo en la obligación de retomar una vez más el inagotable caso Urdangarín y si al lector le da pereza, que se consuele pensando que a mí aún más, pero a ver quién es el guapo que se sustrae a la tentación. En esta ocasión, el anzuelo es la filtración a la prensa de la última comparecencia ante el juez del duque EmPalma.
“No lo recuerdo”, “no le puedo decir más”, “creo que no”, “no sé a qué se refiere”, “no tengo ni idea”, “no tengo nada más que decir”, “no tengo nada más que aportar”, “no estoy seguro”, “no soy consciente”, “no puedo saber” y “no recuerdo nada” resumen la declaración del yerno del rey que, escarmentado del hilarante trabalenguas en el que desembocó la ‘apertura Cospedal’, prefirió apostar por el laconismo. El resultado es un monumento encriptado en homenaje al instituto Nóos y si el juez Castro continúa sin desentrañar el funcionamiento del lucrativo entramado sin ánimo de lucro, al menos le habrá quedado meridianamente claro el origen de su nombre.
El sueño americano consiste en encaramarse en lo alto de la escala social empezando desde abajo. El sueño hispano, mucho más modesto, apenas un duermevela, podría traducirse por la humilde aspiración de todo padre a que sus hijos accedan como sea a una vida mejor. En este punto, la Familia Real puede proclamar con orgullo aquello de “prueba conseguida”. Si la reina se ha visto obligada por mor de la circunstancias a convertirse en -según su marido- “una gran profesional”, su hija ha cumplido los 47 años sin hacer “absolutamente nada” -en palabras del suyo-, así en Nóos como en La Caixa. En cuanto al interfecto, vivió un momento epifánico cuando, preguntado por juez y fiscal sobre su salario en Telefónica Internacional USA, contestó con una frase que todos quisiéramos pronunciar algún día y que sintetiza vasquismo y campechanía: “Pues no lo recuerdo bien”.
La prosa cortesana ha hecho estragos en Zarzuela. Cuando recuerdo la peladas estanterías de las dependencias del príncipe me pregunto si alguien lee allí algo que desborde los límites de la ‘prensa rosa’, entendida como aquélla que causa sonrojo. Si Peñafiel vale más por lo que calla que por lo que cuenta, la cotización de Urdangarín se cifra ahora mismo en su capacidad para ignorarlo todo tras haber olvidado el resto. En cuanto a la infanta, se le podría citar a declarar, pero sólo serviría para ahondar en la humillación del sistema judicial en curso.