España es un país sorprendente. Nunca imaginé que un letrado que comparte apellido con la más famosa marca de evacuatorios acabara defendiendo a una infanta imputada por corrupción en grado de cooperación necesaria. A la mayoría de la gente le dices Roca y lo primero que le viene a la mente es el ruido de descarga de una cisterna. Ignoro si todo esto es una broma que nos está gastando la realidad, pero cómo evitar la tentación de buscar paralelismos entre la misión de limpiar la imagen real y la de conseguir que todo se vaya por el sumidero. Sólo sé que hay muchos exaltados a los que la sola mención de la palabra ‘Roca’ les impele a tirar de la cadena, incluida la perpetua.

Especializado en la confección de narraciones fantásticas -y ahí está la vigente Constitución que ayudó a redactar para demostrarlo-, Miquel Roca deberá elaborar a partir los materiales disponibles en el sumario del antiguo caso Urdangarín y actual caso Infanta un relato creíble sobre la inopia vital en la que vivía sumida su clienta. Un estado de postración intelectual que le permitió mantenerse ajena, no ya a las actividades de su marido y los movimientos económicos de las cuentas que compartían, sino incluso al precio de mercado de su residencia habitual. A diferencia de la realidad, que no necesita resultar verosímil, la argumentación jurídica exige unos mínimos de credibilidad.

Mientras que la actuación del juez Castro responde a motivaciones espúreas, según se han apresurado a apuntar desde el Partido Popular, la de Roca obedecerá estrictamente a razones de índole patriotico-constitucionales, un concepto en desuso en la metrópoli, pero vigente en la periferia, por eso se han tenido que ir a Cataluña a buscar un abogado. Ha llegado el momento de que alguien tire de la cadena, que rima con corona y nadie mejor para hacerlo que Roca, la genuina Marca España, disponible en porcelana y aro lacado. Ojalá se acuerde de bajar después la tapa.