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Alberto Moyano

El jukebox

Si aún cruza mucha gente la ciudad

Así en las novelas de Sax Rohmer como en las películas de Jesús Franco, Fu Manchú se dedicaba a amenazar invariablemente a la Humanidad con la destrucción total si no se cumplían de inmediato sus designios, aunque el malvado siempre olvidaba explicitar cuáles eran éstos. Al líder norcoreano, Kim Jong-un, le está pasando algo parecido, sus amenazas se pierden por elevación, víctima de la enormidad en una época dominada por el hiperrealismo en el arte de atemorizar. Resulta complicado centrarse en los desvelos inherentes a una hipotética guerra mundial cuando sobre tu cabeza pende la amenaza de un ERE. Por otra parte, nunca antes un profeta tuvo que anunciar el fin del mundo mientras la audiencia despachaba en cinco minutos 65.000 entradas para un concierto de los Rolling Stones en Hyde Park.

Al hijo de su padre le ha tocado una época de competencia atroz en el mercado del desasosiego. Amenaza con el apocalipsis termonuclear precisamente justo en el preciso momento en el que hasta el calentamiento global se ha caído de todas las agendas, a la vez, promete una guerra “despiadada, sagrada y vengativa”, en un despliegue de adjetivos que deja sin descalificativos a su enemigo del sur. Uno ve al tal Kim y se pregunta si, ayuno de cariño, no estará intentando llamar la atención. Al fin y al cabo, creció en el seno de una familia cuyos anhelos se cifraban en visitar algún día Disneylandia, a veces el infierno se cuela por las rendijas del hogar.

Cada vez que la tele de Corea del Norte insta a los extranjeros a evacuar Seúl, nuevos enviados especiales llegan a la capital surcoreana para informar del cotidiano aburrimiento de sus habitantes, acostumbrados ya a la mendicidad nuclear de su vecino del norte, una variante de los ‘gorrillas’ sevillanos. Pese a la verborrea pro hecatombe, a pesar de todo el dinero dilapidado en proyectiles, por encima de las tremebundas enormidades, Kim Jong-un no consigue levantar vuelo en materia de notoriedad. A la hora de concitar odios, sigue siendo un pigmeo al lado, no ya al lado de una Angela Merkel -que también-, sino del propio director de la sucursal bancaria del barrio, éste sí, un enemigo concreto. No cabe mayor desdén y el hecho de que se produzca a la vista de todos, redobla el sentimiento de vejación en formato globalizado.

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