No puede ser casualidad que el país que inventó el atentado con coche-bomba alumbrara también la comparecencia televisiva presidencial, todo un género informativo en el que el máximo mandatario del país tranquiliza a la población mediante un compuesto elaborado a partes iguales por sincera confesión sobre la supina ignorancia en torno a la autoría del atentado, una firme promesa de que se hará justicia y el obligado acto de reafirmación en los valores nacionales.
Sin embargo, en un mundo habituado a inyectarse información al 90% de pureza la ausencia de un culpable identificado inhabilita cualquier atentado a la hora de competir en la dura prueba de la actualidad. Vivimos en un mundo ambiguo en el que una bomba contra civiles puede ser lo mismo obra tanto de islamistas radicales, de estudiantes alienados o de grupúsculos ultraderechistas, pero esto no puede convertirse en una excusa, necesitamos con urgencia una sospecha y sólo a partir de ahí se ordenarán las prioridades informativas. Así, si las bombas las colocaron iluminados de Alá se nos bombardeará de inmediato con pormenorizados datos sobre los desmanes cometidos por los drones y el difícil equilibrio de fuerzas en Oriente Medio; de ser obra de un universitario solitario tocará perorar sobre el control de armas, los vídeo-juegos y la discografía de Marilyn Manson; y si el responsable de todo es algún zumbado de la ultraderecha supremacista nos remontaremos al embrión violento que anida en el seno de la sociedad estadounidense desde la fundación del país.
Lo único positivo que dejan las matanzas terroristas en países en primera línea de playa mediática es que nos permiten enterarnos de repente de otras masacres de las que, de otra forma, no tendríamos noticia. Así, los atentados de Boston alumbran de inmediato una sucesión de calamidades de la mano de los sectores más concienciados del pueblo tuitero: “Ayer murieron tres somalíes en atentado y no dijisteis nada”, “hoy han matado a 22 iraquíes con un coche-bomba, pero eso no os precupa”, “anteayer perecieron 134 civiles sirios en los bombardeos y bien que os hicisteis los locos”. Y si, por alguna extraña casualidad, no hay materia prima disponible para la práctica del lanzamiento de cadáveres siempre se puede echar manos de los 30.000 niños africanos que mueren cada día por hambre o enfermedad curable. Y toda esta exhibición en el manejo del arte de la comunicación en los tiempos de la globalización, con el modesto objetivo de poner en evidencia nuestro humanismo asimétrico, como si verse obligado a informarse sobre una escabechina a través de Marca TV, por incomparecencia del resto de las cadenas, no fuera una prueba concluyente de nuestra condición replicante.
En función del resultado de la investigación, el atentado de Boston bailará por las cabeceras informativas y quienes en un primer momento los relegaron a noticia de segundo orden pueden acabar abriendo a cinco columnas dentro de unos días. El último capítulo corresponderá a la floreciente industria de las teorías conspirativas, que sobre la sospechosa ausencia de enanos con el pelo cardado entre las víctimas levantarán toda una colección de libros y documentales de investigación especializados en no dejar cabos sueltos a la ligera. Una vez completado este circuito informativo, se podrá dar por agotado el maratón de Boston 2013.