Basta una chispa para incendiar una pradera, pero a condición de que la hierba esté seca y no olvidemos que el ciudadano español es una planta de interiores regada a diario. En un día soleado, sin partido de Champions y con el anuncio de los 6,2 millones de parados aún caliente, la convocatoria ‘Asedia del Congreso’ consiguió reunir en la capital del reino a 1.400 personas. Se salvaron por los pelos porque de haber caído en manos de sus señorías, aún estarían buscando las llaves de casa y la cartera. Hace falta dar con el José Tomás de los ‘perroflautas’ para que, colocado en el trance de encerrarse en el Salón de los Pasos Perdidos con una Rosa Díez vestida para matar y seis diputados de la ganadería Martínez Gorriarán, no acabe haciendo un ‘Curro Romero’. En cualquier caso, si al cambio actual no hay circunscripción electoral en España que otorgue un diputado por apenas un millar de votos, será difícil conmover las estructuras del sistema a plumazo limpio. Aquí y ahora, el descenso de categoría del más modesto de los clubes de fútbol por decisión administrativa o incluso un mal arbitraje provoca levantamientos populares mucho más virulentos que cualquier medida económica que pueda acometer el consejo de ministros. Dada la vergüenza colectiva que todo esto suscita entre la población, se recurre al autocomplaciente argumento de que “sin economía sumergida todo esto ya habría estallado”, el complemento ideal de quienes llevan tres décadas contestando a cada convocatoria sindical con el mantra de “no estamos para huelgas generales”. Ahora saben los convocantes de la plataforma ¡En pie! qué sentían las ‘velinas’ de Berlusconi mientras esperaban a que aconteciera el milagro de la erección en el transcurso de sus gerontofiestas. Y si España no es Cerdeña, el Congreso tampoco es Villa Certosa.