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Alberto Moyano

El jukebox

La materia prima eres tú

La imagen de los tres cocineros que inventaron el cava masticable brindando anoche con copas su encumbramiento a lo más alto del firmamente gastronómico, en una imagen que no difiere gran cosa de cualquier pódium de Fórmula 1, encierra alguna lección que no soy capaz de trasladar al lenguaje escrito pero que ahí está para quién sepa aprovecharla. De (algunos de los) mejores cocineros del mundo hay dos cosas que aún me sorprenden: 1) su terco empeño en posicionarse como una rama, cuando no el tronco central, de la cultura, a pesar de que los hay capaces de recibir a un escritor que viene de una charla con el amable comentario de “ya me han dicho que el concierto ha sido todo un éxito”; y 2) su manifiesto deseo de extender el galardón a todos sus compañeros, a los que de paso hará partícipes de su éxito personal, sin que este detalle le impida avisar a los medios en cuanto se entere de que alguno de ellos ha intoxicado a sus comensales a causa de un fallo en el soplete de los helados.

El ropaje prosopopéyico que requiere esta liturgia gastronómica va en aumento año tras año. Al consabido “lo importante es la materia prima” -que siempre es el comensal dispuesto a abonar 200 euros-, se le ha ido sumando “el respeto por el producto de la Tierra” -siendo el primero algún transgénico y el segundo, entendido como Planeta- hasta desembocar en el afán por “ofrecer una experiencia sensorial” -que en no pocos casos se traduce por un irracional apetito a la hora y cuarto de haberte levantado de la mesa-. Un restaurante debería ser un lugar para la felicidad, no obstante los hay que han entendido sus cocinas como una prolongación de los parqués bursátiles. Si pasamos al salón comedor, no cabe mayor desasosiego que el de presenciar la evolución de unos camareros obligados a fluir a través del espacio de acuerdo con los estrictos movimientos diseñado por un coreógrafo.

Uno entra simplemente a comer y acaba explicándole al chef que no hace falta que le convierta en mejor persona. En cuanto a estas listas, funcionan con la pulcritud del Premio Planeta, con la única diferencia de que aquí no se galardonan platos concretos, sino restaurantes en su conjunto, otra vez el pernicioso influjo de la cultura. Estoy con Martin Berasategi: ¿de dónde sacan tiempo estos genios gastronómicos para visitar todos los restaurantes del mundo? El verdadero lugar de un cocinero es el plató de televisión y quizás, entre grabación y grabación, los congresos de autoayuda, en ningún caso los establecimientos ajenos. En cuanto al descrédito, encuentra su punto más bajo en aquellos ejemplares anacrónicos que aún pasanlas horas del día trabajando dentro de su propia cocina. Los nutricionistas recomiendan masticar cuarenta veces antes de tragar, un consejo extensible a cualquier lista de mejores restaurantes del mundo.

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