He aquí el caso de la niña Begoña Urroz, primero sumergida en el olvido durante tres décadas y a continuación recuperada para su inclusión en el ‘relato compartido’ en calidad de capítulo 1. El bebé, asesinado en junio de 1960 cuando tenía 22 meses por una bomba que estalló en la estación de Amara, fue una perfecta desconocida hasta que una serie de errores de interpretación, documentos ambiguos y quizás malos entendidos permitió especular con la posibilidad de que se tratara de la primera víctima de ETA. Y como tal fue condecorada el mes pasado por el Ayuntamiento de Donostia con la Medalla de Oro de la ciudad en un acto inopinado que volvió a confirmar que en cuestiones de terrorismo, no sólo todas las víctimas son distintas, sino que a modo de parqué bursátil, el suelo ético también cuenta con valores refugio y bonos basura. Así, si ahora se confirma la versión de que el atentado fue obra del Directorio Revolucionario Ibérico de Liberación -perforado al parecer por la infiltración de tres policías-, el destino de Begoña Urroz pasar por regresar al limbo del olvido, una vez desprovisto de utilidad política, o falsificar las circunstancias de su muerte.
En el mercado de valores terroristas, una autoría de ETA lo es todo. Tanto es así que en ocasiones -como el citado caso, aunque no el único- se ha obviado la ausencia de indicios, pruebas o reivindicaciones para, una vez consumado el crimen, ingresar por todos los medios en el colectivo formado por sus víctimas. Así, hace unos días se homenajeaba a los dos militantes socialistas asesinados en el ataque a la Casa del Pueblo de Portugalete, obra de Mendeku, un grotesco grupúsculo contra cuyos miembros hasta Herri Batasuna se personó como acusación particular una vez detenidos, si bien es cierto que con el tiempo se retiró discretamente del caso. Ante el irrelevante historial de Mendeku, ahora se ha optado por atribuir esta acción a ETA, como si este acto confiriera más prestancia a sus víctimas en lugar de constituir un último escarnio a su memoria.
idéntico proceso han seguido las víctimas de los también un tanto devaluados Comandos Autónomos Anticapitalistas, atribuidas en bloque a ETA pese a las conocidas pésimas relaciones que mantuvieron en vida ambas organizaciones. Así, el senador Enrique Casas, por ejemplo, fue tiroteado por un miembro de los CC AA, no obstante, se insiste en que fue obra de ETA. Cabe recordar que, perpetrado días antes de las elecciones autonómicas de 1984, hasta HB condenó el atentado, lo que desató una furibunda reacción de los citados Comandos en forma de comunicado. Y ya puestos, y a consecuencia de la amnesia decretada en torno a los crímenes de la reinsertada ETA (pm), sus deudos también han pasado a engrosar la lista de víctimas de ETA en general, para entendernos, ésa que aún permanece sin disolverse ni entregar las armas. Otro caso paradigmático lo constituyen los familiares de los fallecidos en el incendio del Hotel Corona de Aragón, empeñados en reivindicarse como víctimas del terrorismo y, finalmente, en un extremo del mapa de la rememoria, figura la sección de familiares de víctimas del 11-M, empeñadas aún en sostener que ETA se encuentra detrás del atentado, al punto de que a este grupo pertenece incluso la presidenta de la AVT.
Ante la evidencia de que en el suelo ético se juega a las inversiones a corto, medio y largo plazo, cabe preguntarse una vez sobre la pertinencia de una Comisión de la Verdad que elabore una relación de los hechos mínimamente sólido. En otras palabras, o nos la hacemos nosotros mismos o que nos la hagan otros. Sólo los ‘bartolines’ deberían encontrar motivos para oponerse, pero en cualquier caso, una tercera opción pasaría por aplazar el sobado ‘relato compartido’y dejar que alguna futura generación, más interesada en el tema, se ocupara de su escritura.