La madrastra de Blancanieves no se compró el espejo para andar discutiendo con él, sino para que le dijera lo que anhelaba escuchar, pero se supone que la capacidad de emitir opiniones de un diario, por muy digital-crowdfunding que sea, es superior a la de una superficie pulida.  Sin embargo, una turbamulta de suscriptores de medios de comunicación ‘online’ comienzan a comportarse como vulgares propietarios, forjados en cualquier club de fútbol en el arte del accionariado.

Ahora mismo, tras el vapuleo al que han sido sometidos primero Manolo Saco -por una columna que no convenció al español medio bolivariano- y después Roger Senserrich -por  un artículo tan discutible como cualquier otro sobre las condiciones laborales en Bangladesh-, cualquier se lo pensará dos veces antes de escribir según qué en este diario digital. En el caso de Senserrich , su texto se perdía en el maremágnum de artículos monocordes sobre el mismo tema, pero los implacables lectores interpretaron que estaban precisamente ante el ajo quemado que estropeaba el conjunto del plato y arremetieron sin piedad.

Y si Saco decidió abrirse del medio en cuestión para no perturbar la paz espiritual de unos suscriptores que pagan para leerse a sí mismos al grito de “usted no sabe con quién está hablando”, Senserrich fue depositado a los pies de los caballos por el propio director del medio, que reconoció sin tapujos que dio luz verde al artículo tras escuchar los argumentos en contra de algunos de sus colaboradores y sólo cambió de criterio bajo los exabruptos de los fieles. La libertad de expresión también tiene sus límites y los determina ‘Gran Hermano’, de ahí la invitación implícita a abandonar la casa dirigida a los articulistas díscolos, entendido todo esto en un contexto de desplome del mercado publicitario, claro.

Y así, martillazo a martillazo, el suscriptor irá esculpiéndose su propio medio de comunicación a imagen y semejanza de cualquier concierto de U2, en el que con la entrada uno adquiere también la potestad sobre el repertorio y  el derecho combatir el apetito en el mundo mediante mensajes SMS.  Sujetos a  la doctrina de castigar a uno para enseñar a cien, no cuesta mucho imaginar las precauciones con el que los columnistas acometerán a partir de ahora su tarea. En cuanto al autolector automático, se trata de alguien que cada mañana acude a su web de cabecera como quien va al gimnasio, pero para eso más vale beber de pie que leer de rodillas, no digamos de cara a La Meca.  Y quien dice beber, dice fumar, lo mismo da.