Antonio Basagoiti abandona la política transmitiendo de forma implícita la misma sensación que los expulsados de ‘Gran Hermano’ no tienen problemas en verbalizar a modo de excusa a su salida de la casa de Guadalix de la Sierra: “No me he podido mostrar tal y como realmente soy”. El asesinato de Gregorio Ordóñez supuso para el centro-derecha español en el País Vasco lo que el proceso de Burgos para la izquierda abertzale: el advenimiento de una nueva generación de vascos que descubría su vocación política. A Basagoiti le tocó liderar este contingente, una vez que consiguió desembarazarse de Mayor Oreja, ese Mourinho que a la mínima ocasión se asoma otra vez para exhibir su colección de ‘casi-grandes-éxitos’, en rigor, una ristra de sonados fracasos.
El problema del Partido Popular en el País Vasco, y por extensión también el de Basagoiti, pivotó en la necesidad de hacer encontrar un discurso ligeramente vasco que resultara a la vez compatible con las expectativas depositadas desde el resto de España. Su marcha se produce al filo de que alguien le acuse de “traicionar a los muertos”. A veces es más fácil sobrevivir al ataque de tus enemigos que al abrazo de tus amigos y en su caso, el que siempre tuvo claro qué hacer contra ETA, balbuceaba bajo la AVT. En cuanto a su supuesto mayor éxito político, propiciando el cambio en Ajuria Enea, simplemente se limitó a satisfacer los anhelos de Génova y aledaños, pero en ningún caso atendía a una reclamación del electorado vasco.
En Basagoiti se debatían el provocador y el lenguaraz, y como siempre correrá el peligro de que se imponga el segundo, se apresurado a borrarse de Twitter en una prodigiosa exhibición de sensatez. Lo peor de que se vaya Basagoiti es que nos quedamos sin @abasagoiti. Será más difícil llenar el hueco que dejar en la red que el que deja en el Parlamento porque a toda esta generación de jóvenes ‘populares’ le queda pendiente de aprobar la asignatura de la solvencia política, convalidada hasta ahora por la del coraje cívico frente al terrorismo. De hecho, nunca ha conseguido despejar las sospechas que acompañan a cualquier peso pluma. En un último rapto de humor -un rasgo del que carece su sucesora-, Basagoiti anuncia que, harto de vivir entre escoltas, se marcha a México con su familia para dar rienda suelta a su vocación de directivo bancario. Sólo queda desearle que encuentre la felicidad tras los muros de la urbanización bajo vídeovigilancia en la que vivirá y en el aire acondicionado de 4×4 blindado y con los cristales tintados que le llevará a trabajar.