Lo mismo que a partir de cierta edad, uno es responsable de su rostro, a partir de otra también lo es de sus invitados. Por eso, la hija de Sepúlveda y Mato no es responsable del confeti, pero los focos que Gürtel incorporó a la boda de Alejandro Agag y Ana Botella siempre apuntarán a los contrayentes. La suya fue una boda constrictor -y cuál no lo es- que amenaza con asfixiar primero y engullir después a toda la lista de convidados con el interminable rosario de presuntos delincuentes que pelaron langostinos codo con codo, una actividad que con frecuencia genera lazos indestructibles más allá incluso de los que atan a los felices cónyuges.
“Me regaló la iluminación”, ha admitido el novio, refiriéndose a Correa. En realidad, nos la regaló a todos y lo que vimos se resume en un ripio: “Nada deslumbra más que la penumbra”. Ahí estaban todos y, sin embargo, nadie los vio porque de uno en uno carecían de enjundia, era el grupo el que dotaba de significado al conjunto. Por primera vez allí se mezclaron a la vista de todos las dos especies más tóxicas: los que pudiéndose haber lucrado en la empresa privada prefirieron hacerlo desde un cargo público y aquéllos que supuestamente saquearon las arcas públicas desde el emprendizaje, renunciando a su vocación de servicio. Que todo aquello se celebrara en El Escorial constituía una pista en clave de nomenclatura que no debimos pasar por alto.
Ajeno a cualquier concepto de decoro, Agag aclara que “no ocupaba ningún cargo público en esa época” y que “el sr. Correa no estaba imputado en ninguna causa judicial en esa época”. Y concluye defendiéndose de acusaciones que nadie ha formulado al amenazar con “acciones judiciales” contra quien sugiera “cualquier tipo de conducta irregular por su parte”. A quién se le ocurriría tal cosa: el rey también acudió presto a la invitación de Videla cuando el genocida aún no estaba imputado. Por otra parte, tampoco Clinton era presidente de EE UU cuando se fumó un porro y sin embargo le llevó años aclarar que no tragó el humo. Qué vas a esperar de alguien que se engomina los rizos de la nuca. Si en el PP se cobraron sobresueldos ilegales fue tan sólo para compensar los infrasueldos legales. Ahora mismo, para encontrar en el Partido Popular a alguien sincero habría que descender hasta Bárcenas, ahí radica el poder del ex tesorero sobre sus antiguos compañeros de formación.