Profeso una envidia galopante hacia quienes de la atenta observación de la realidad extraen un relato coherente que confirma a) sus peores sospechas; y b) su perfecta ubicación moral en el lado adecuado. Como no es el caso, me pregunto:
¿Porqué insisten en que “sí se puede” cuando es obvio que no?
¿Por qué fingir que “no nos representan” se considera un éxito en un país que, por encima de todo, valora a las Fuerzas Armadas, la Policía Nacional y la Guardia Civil?
¿Por qué revisando las declaraciones patrimoniales de los cargos electos resulta imposible distinguir a los líderes de la derecha de los de la izquierda?
¿Por qué es el nanosindicato ultraderechista ‘Manos Lilmpias’ quién se ha personado en el caso Urdangarín ante la inopia de los macrosindicatos de clase?
¿Por qué los partidos y las centrales que deberían haber vigilado la actuación de las cajas de ahorro dejan en manos de UPyD el trabajo que ellos mismos deberían estar haciendo en el caso de las ‘preferentes’?
¿Por qué el marxismo científico ha creído encontrar a un nuevo líder mundial en esa suerte de esotérico presentador de teletienda que rige actualmente los destinos de Venezuela?
¿Por qué la izquierda se considera en la obligación de sostener que el régimen hereditario de Corea del Norte no es tan abyecto si lo comparamos con el de Corea del Sur?
¿Por qué nunca coincido en el supermercado con los enardecidos partidarios del feminismo más emancipador?
¿Por qué quienes aman a Fidel Castro y odian a Videla obvian que ambos países mantuvieron excelentes relaciones durante la dictadura argentina al punto de que el primero invitó al segundo a asistir a la Cumbre de los Países No Alineados celebrada en La Habana en 1979′?
¿Por qué abunda tanto el autoproclamado ejemplar de solidario altermundialista globalizado al que le da igual que su trabajo recaiga sobre sus propios compañeros vía escaqueo laboral, en una reelaborada lectura del ‘virtudes públicas, vicios privados’ de toda la vida?