Cierto, España se rompe, aunque antes por el centro del campo que por Cataluña. Queda demostrado que vitorear el fin de ciclo de Barça y esperar a la vez nuevos triunfos de ‘La Roja’ es una entelequia. A Del Bosque sólo le queda aguardar a que Tito Vilanova dé otra vez con la tecla mágica porque a día de hoy España ya no juega y gana como si fuera el equipo de Guardiola, sino que juega y, llegado el momento decisivo, pierde como si fuera el de Mourinho. Con expulsados y todo.
Para colmo, tras un lustro de tiquitacas, la desaparición del virtuosismo ha puesto en evidencia que tampoco queda nada del atávico recurso a la furia, baste leer las declaraciones del entrenador y los jugadores tras el partido de anoche: “De vez en cuando es conveniente perder”, “no somos máquinas” o incluso “hay que quedarse con lo bueno y aceptar la derrota”. Qué tiempos aquellos en los que el árbitro tenía la culpa. En donde sí ha recuperado sus señas de identidad es en las turbulencias que tradicionalmente acompañaban a la selección española allá donde iba: incidentes de hotel, rumores chuscos,jugadores que no se dirigen la palabra… Diríase que el ex técnico del Madrid dejó instalada en el fútbol español una bomba con temporizador antes de marcharse a Inglaterra, dicho sea con el único ánimo de buscar culpables en el exterior.
En todo caso, para enmascarar el descalabro ha habido que elevar a los jugadores brasileños a la condición de rutilantes genios que ya veremos si estarán en condiciones de confirmar a lo largo de una Liga que se hace eterna. En cuanto a Del Bosque, es demasiado buena persona como para interrogarle sobre algunas inopinadas presencias mediante una pregunta que incluya las palabras ‘Arbeloa’, ‘Villa’ o ‘Torres’. Debería darse por satisfecho si Aznar renuncia a decirle lo que debe hacer, en entrevista con Gloria Lomana.
Apenas ha comenzado el verano y Nadal se ha ido a casa a la primera de turno, ningún ciclista español parece en condiciones de hacer algo memorable en el Tour y la hasta ahora infalible selección española emite señales de agotamiento. Peligran las vacaciones del ministro Wert porque alguien tendrá que alienarnos la hora de la siesta. Al menos, por esta vez nos hemos librado del infecto espectáculo que los jugadores, encabezados por el inefable Reina, nos brindan cada vez que vuelven a Barajas con alguna copa de más.