Hace tiempo que los gurús del nuevo paradigma mundial nos inculcaron que la información vale mucho dinero, aunque olvidaron añadir que no tanto como el propio dinero. Quiero decir que a Depardieu le costó mucho menos tiempo que a Snowden encontrar país de acogida y mientras que Rusia ha condicionado la concesión de asilo a éste al cese de las filtraciones, nadie ha exigido al actor que deje de protagonizar infames películas. Esta circunstancia quizás obedezca al hecho de que Putin fue espía, pero no se le conocen inquietudes cinéfilas.
Un mundo en busca de un nuevo Che Guevara a la altura del siglo XXI renuncia a encontrarlo entre los miembros de las turbamultas árabes que antes de liberarse del tirano proceden a sodomizarlo, así que el target objetivo de este extraño casting se circunscribe a los héroes de la informática, un sector emergente. Primero fue Assange, de cuyas escalofriantes revelaciones se demostraron insoportables por aburridas. Y ahora le ha tocado el turno al inopinado Snowden, cuyas filtraciones se han limitado a confirmar que Estados Unidos espía a todos y que, en contra de lo que se ha dicho, esto excluye a sus amigos por la sencilla razón de que carece de ellos, cosa que ya sabíamos.
Más allá de la terminología al uso en los salones en los que se firman los convenios bilaterales, hace décadas que para Washington las naciones se dividen entre socios y hostiles, y si de alguno de los dos grupos desconfía es del primero. La situación se ha tornado embarazosa para las partes, pero no por la mera práctica del espionaje, sino porque su evidencia obliga a invertir múltiples esfuerzos en explicar algo que, en realidad, a nadie le interesa. En este punto, los sorprendidos podrían atenuar su estupor recordando que internet no lo inventó un altermundialista dispuesto a desestabilizar el mundo desde un ignoto garaje, sino las fuerzas armadas estadounidenses con fines perfectamente militares.
Atrapado en la zona de tránsito del aeropuerto de Moscú, un lugar en el que aún aparecen de vez en cuando maletas extraviadas hace dos décadas, el ex técnico de la CIA ha pedido asilo a 21 países. La presencia de España en el variopinto listado brilla con luz propia, contamina el conjunto e ilustra sobre el grado de desesperación alcanzado, a la vez que obliga a preguntarse qué aprendió exactamente Snowden en materia de diplomacia durante sus años al servicio de la agencia de inteligencia estadounidense, por no hablar de el asesoramiento de Garzón.
Lo cierto es que la única posibilidad de que Snowden ponga un pie en territorio español se cifra en que demuestre, más allá de cualquier duda razonable, su capacidad para marcar cincuenta goles por temporada. En este caso, debería obviar al Ministerio de Asuntos Exteriores y dirigir sus mensajes directamente a las oficinas del Real Madrid. La otra opción que le queda es armarse de paciencia, esperar a que Cataluña se independice el próximo año y hacer lo propio con las del Barça.