Si tienes un vecino mileurista que vuelve todos los días en un Ferrari para darse un relajante baño en el jacuzzi de su casa sólo puede significar que tiene una segunda vía de ingresos. De igual forma, la financiación irregular de todos los partidos políticos españoles que han conseguido encaramarse a cualquier responsabilidad institucional se caracteriza por llevar treinta años desarrollándose a plena luz del día y a la vista de todos. Al margen de la partida destinada a sobresueldos, el grueso del botín se invierte a diario en gastos de representación, esto es, fastuosas sedes ubicadas en insignes locales en el centro de las ciudades y monstruosas campañas electorales, construidas a base de figurantes, cenas multitudinarios ágapes con afiliados y simpatizantes, y espectáculos de luz y sonido. Todo esto en el país con la tasa de afiliación a partidos políticos más baja de Europa. Claro que no hay evidencia por grande que sea a la que el grueso de la ciudadanía no sea capaz de replicar con un “anda, qué sorpresa”.
La otra pata de la mesa de la corrupción se levanta sobre la doble omertá empresarial: ni una palabra contra sus representantes en los organismos de la patronal, ni una denuncia de la podredumbre institucional que han venido alimentando sin tregua. Detrás de todo político corrupto hay uno o más empresarios corruptores. En otras palabras, el emprendedor español se caracteriza por opinar sobre todos los aspectos de la economía y de las relaciones laborales, excepto del que atañe al pago de comisiones a cambio de contratos con la administración. En este punto, exhibe un silencio rocoso y sin fisuras. En tres décadas, ni un sólo empresario ha alzado su voz para denunciar el sistema de adjudicaciones basado en la ‘mordida’. Y su adicción al sistema de pago bajo manga va más allá del beneficio puntual, por cuanto se mantiene intacto lo mismo cuando consigue hacerse con la jugosa adjudicación como cuando ve cómo se la lleva la competencia.
En cuanto a Pedro Jota, se ha convertido en el tesorero de Bárcenas, entendido esto como la persona encargada de administrar su patrimonio con la única ayuda de un ventilador. En este país, se ha convertido en una descortesía ir a la Audiencia Nacional sin pasar antes por El Mundo. Diez días ha tardado en publicar su encuentro con Bárcenas y once en llevar la documentación a la Audiencia Nacional. Nadie sabe por qué y es probable que nadie lo explique. A lo máximo que hemos llegado hasta el momento es a escuchar cómo una de sus periodistas explicaba anoche que “la conversación también es un género periodístico”. Y en una maniobra envolvente destinada a recabar la complicidad de sus compañeros de tertulia, añadía: “… como bien sabemos todos nosotros”. Mientras los demás asentían, me quedé con una vaga sensación de extravío profesional.