Todas las mañanas, hora peninsular, las redes sociales hierven con el lanzamiento indiscriminado de frases dirigidas a alcanzar la felicidad sin paliativos. El madrugón es el momento en el que coinciden todos los sabios de las dos orillas del Atlántico y el resultado es apabullante para cualquier desdichado medio. A veces tienes la sensación de estar escuchando fados en medio de un sambódromo. El enunciado de fórmulas matemáticas que te indican sin margen de error de quién debes rodearte, la forma de moverte en el ámbito laboral, cómo conocer tu auténtica valía y, en definitiva, cómo alcanzar el equilibrio vital resulta un potente depresor emocional por cuanto choca de frente y a la mínima oportunidad con la realidad implacable. Si el hombre es el único animal que tropieza dos veces -según las estimaciones más conservadoras- veces con la misma piedra, qué decir de su conflictiva relación con el resto de las piedras, en las que tropiezan los demás.
Siento un gran fascinación hacia quienes se mueven rutilantes y en apariencia firmemente persuadidos de que la vida es un proceso de aprendizaje preñado de sentido, a la par que una infinita incredulidad hacia la hipótesis de que todo eso vaya a servir para algo remotamente relacionado con la serenidad. Cada vez que leo un mensaje del que se desprende -así sea de forma implícita-, que sólo el esfuerzo conduce al éxito me pregunto sobresaltado en manos de qué clase de juventud estamos dejando a nuestros ancianos; cada llamamiento a empoderarse de una vez por todas me sume en la más autoconsciente de las parálisis; cada proclama en favor de la asertividad me vuelve más pasivo-contemplativo; y cualquier encendida proclama en la que se mezclen expresiones como “propia vida” y “tomar las riendas” me convierte de inmediato en paisajista. Atribuyo la tendencia a exhibir interminables conocimientos en materia de amor, amistad, relaciones sociales, gestión de crisis, trabajo en equipo y liderazgo en la humildad a la incubación de una depresión aún en estado larvario. La tendencia a explicarlo todo mediante una sencilla frase compuesta de sujeto, verbo y predicado únicamente puede ser el síntoma que anuncia un inminente hundimiento psicológico. Si miras para atrás y ves que dos más dos siempre fueron cuatro es que te falla la vista. Especulo sobre la vinculación entre paz interior y afasia, y me pregunto a partir de qué momento uno se siente obligado a compartir con los demás la certeza de que ya posee más respuestas que preguntas y si tendrá algo que ver con la madurez, entendida como una enfermedad asintomática que siempre te pilla desprevenido.