La percepción que desde Madrid se tiene de la creciente “desafección” de Cataluña hacia España parte de un error de bulto que está lastrando el diagnóstico y, en consecuencia, el tratamiento. Acostumbrados a redimir tropelías y corruptelas apelando a cuestiones más elevadas -en última instancia, el terrorismo siempre ha sido una buena máquina de la niebla que para sí quisiera cualquier grupo heavy sobre el escenario-, los políticos españoles han interpretado erróneamente que la pulsión independentista catalana es un sentimiento artificial, estimulado por sus elites políticas, en un intento de distraer la atención de la ciudadanía de sus múltiples desmanes económicos. De acuerdo con esta visión de los hechos, la población catalana se siente confortablemente instalada en el entramado institucional español, sólo las torticeras maniobras de los partidos han exacerbado el sentimiento separatista. Las mejores corbatas del foro han asaltado el supermercado perroflaútico para salir en la tele exhibiendo el eslogan “no os representan”, otra demostración de su indesmayable soberbia.
Opino que el proceso ha sido justamente el inverso. Formaciones políticas cuya principal característica radica en su infinita capacidad para sestear durante décadas sobre la alfombra que conduce a los despachos del poder se han visto forzadas a pisar la calle, llevadas en volandas por la multitud inconformista. Dicho de otra forma: la consulta popular fijada para el año que viene es contemplada por estos partidos supuestamente radicalizados de forma artificial como un embrollo en el que se han visto obligados a sumergirse, so pena de caer en la marginalidad política. Mientras, desde Madrid hay quien persiste en señalar a los catalanes con infinito paternalismo cuáles son sus ‘verdaderos’ problemas, todo hay que decirlo, con escaso éxito. La mayoría se considera con derecho a decidir, también cuáles son sus ‘verdaderos’ problemas y a organizar su agenda política en consecuencia.
En este contexto cabe entender el tuit del ya ex número dos de la Marca España. En la doble oración “catalanes de mierda. No se merecen nada”, la primera parte explica el por qué, la segunda el qué. Ese sentimiento de regalía y magnanimidad que supura la maltrecha relación entre España y Cataluña resulta lesiva para la primera. Ya se ha visto en otros casos de conflicto de intereses, desde ‘los papeles de Salamanca’ hasta el “cepillado’ del Estatut. Es un fenómeno exclusivamente catalán, dado que la existencia del terrorismo nos ha privado a los vascos de este desdén, una vez acuñado el “vascos sí, ETA no”. Los catalanes no disfrutan de este trato privilegiado, dada la dificultad en su caso de establecer la línea que separa a los ‘buenos’ de los ‘malos’ -sobre todo cuando estos últimos parecen ser amplia mayoría-. En efecto, Juan Carlos Gafo debía dimitir. La expresión “catalanes de mierda” no representa a la Marca España, en cambio, perfectamente sintetizada en el “no se merecen nada”. Sólo el azar determinó el orden del exabrupto. El diplomático y militar lo mismo podría haber tuiteado “catalanes de nada. Se merecen mierda”.