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Alberto Moyano

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La 'niña de Rajoy' era 'Luis, el cabrón'

Rajoy se equivocó al confiar en Bárcenas. En descargo del presidente, hay que añadir de seguido que Bárcenas también se equivocó al confiar en Rajoy, un error matizado por el hecho de que diez millones de votantes le acompañaron en su tránsito hacia la decepción. En cualquier caso, los habitantes de la España decimonónica que nos ha tocado en suerte prefieren una mentira en defensa del honor que una verdad disolvente.

Imaginemos por un instante que un imputado por la Audiencia Nacional por el cobro del ‘impuesto revolucionario’ se atreviera a alegar que mantuvo correspondencia con el jefe de la trama en términos de “eutsi gogor” por puro desconocimiento de las actividades de su socio. Ni el letrado más fanatizado aceptaría presentarse ante el Grande-Marlaska de turno a hacer el ridículo, sino que intentaría convertir el desastre probatorio en algún tipo de alegato político. Rajoy, sin embargo, despachó la cuestión con un “me considero inocente” y acto seguido, pasó centrarse en los daños ocasionados a la imagen de España. En este sentido, llama poderosamente la atención el ominoso silencio en torno a la palabra “empresario”, alfa y omega que explica todos y cada uno de los casos de corrupción política registrados en España en los últimos 38 años, según las estimaciones más conservadoras.

En tan sólo dos legislaturas hemos pasado de tener un presidente del Gobierno acusado de ser de ETA a tener otro que parece de la Ndrangueta. No se veía a un culpable tan palmario en una tribuna de oradores parlamentaria desde que Juan Carlos Yoldi se presentó a lehendakari a mediados de los ochenta. La diferencia es que el miembro de ETA sólo abandonó de la Cámara para volver a la cárcel mientras que a Rajoy le aguardaban unas merecidas vacaciones. En favor del primero hay que admitir que al menos tuvo la decencia de no perder un sólo segundo de su intervención en proclamar su inocencia. Con idéntico comportamiento, Rajoy volvería a ganar hoy las elecciones gracias al respaldo mayoritario de quienes están convencidos de que ha mentido como un bellaco.

De ahí que conmuevan hasta la lágrima los esfuerzos periodísticos invertidos ayer en la minuciosa enumeración de las mentiras que Rajoy profirió desde la tribuna de oradores, como si la sesión extraordinaria hubiera estado dedicada a dilucidar quién dice la verdad y quién miente, en lugar de quién tiene la pistola y quién cava. Por no hablar de quienes, en pleno arrebato místico, apelan a la ofendida dignidad de unos ciudadanos mucho más dolidos que por el reparto de sobres, por el hecho de que la cascada no haya manado hasta sus cuentas corrientes. Sólo desde esta perspectiva se entenderán las encendidas ovaciones que en un clima de celebración acompañaron los “fin de cita” del presidente, así como las amplias sonrisas que adornaban los rostros de sus señorías al término de la sesión.

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