Si resulta comprensible la tentación de maquillar las biografías individuales de forma que todo cuadre y nada chirríe, cuánto más lo es el tuning en las hazañas colectivas en las que voluntariosamente nos gusta vernos reflejados como grupo. En estas horas de gloria realista, resulta obligado recordar que se llegó hasta aquí con una directiva que el día de su elección tuvo que salir escoltada por la Ertzaintza para evitar el linchamiento físico a manos de ésos que nunca abandonarían al equipo. En aquella junta, a algunos se les había caído Arconada del póster y en su lugar, enarbolaban camisetas de Paris Hilton, consiguiendo una atención mediática para la que por aquel entonces no alcanzaba con los éxitos deportivos.
Aquél fue el penúltimo episodio de una gamberrada con power point en la que, sin embargo, miles de aficionados, de ésos que nunca dejarían al equipo en la estacada, creyeron ciegamente, por no entrar en el terreno de los adverbios vejatorios: se trataba de vender por decenas de miles camisetas de un equipo de la Segunda División española en los aeropuertos de China, un plan de negocio cuyo sólo enunciado ya provoca lagrimones, pero que durante algo más de un año fue alfa y omega realista. Mientras tanto, el actual director deportivo era un inútil del que resultaba imposible desprenderse, el candidato a entrenador un ser susceptible de ser violado por sus propios jugadores en el vestuario -finalmente, el banquillo fue entregado a un rapsoda- y la directiva ayer escoltada, hoy aclamada, una banda de chupópteros que no amaba los colores y tal.
Para aliñar la ensalada, hubo magnates chinos imposibles de ubicar en el mapa, inauditos fichajes de “prodigios con botas rojas” que maravillaban en Zubieta y de los que nunca más se supo, meros preparadores físicos elevados a la categoría de infalibles estrategas, melonadas del tamaño del nombre del Estadio de Anoeta y enormes revuelos a cuenta del accionariado, al parecer, no tan atomizado como les hubiera gustado a los ‘mojinos escozíos’ que protagonizaron la susodicha junta. Personalmente, me quedo por lo extravagante con la adhesión inquebrantable de un altermundialista/internacionalista de pro como Iosu Perales -penoso escritor, por otra parte- a un presunto operador de banca reconvertido en directivo futbolístico. Como no podía ser de otra manera, aquel formidable colocón colectivo acabó con acusaciones de dopaje.
Resulta comprensible, decía, la tentación de limar las esquinas, pulir las superficies, reconstruir algunos hechos, borrar otros y, en definitiva, confeccionar un traje a medida que nos haga inconfundibles, no ya por afán de notoriedad, sino porque lo contrario supondría aceptar que somos como los demás, en concreto, como cualquiera. Algunos relatos sólo se sostienen en pie si soslayamos todo lo relatado en los párrafos anteriores. Lo mejor de todo es que nada garantiza que si las cosas se tuercen, mañana no estemos de vuelta a la locura a lomos de esos incondicionales que llevan todos los colores en el corazón y ninguno en otro órgano. Legítimamente, cabe preguntarse si por desgracia para el club.