Aunque -en contra de lo que algunos sostenían ayer- el informe del jurado internacional sobre Donostia 2016 no incluye referencia alguna desaconsejando su eventual publicación en prensa, sí es cierto que este estéril anhelo se encuentra implícito en el malestar expresado por el hecho de que hubiera trascendido su visita del pasado 17 de junio. Qué decepción. En mi ingenuidad, creía que el jurado celebraría la pujanza cultural de una pequeña ciudad que acoge nada menos que tres cabeceras de periódicos, varias emisoras de radio y una televisión local, y que -caso único en España- mantiene desde hace décadas un ratio de lectura de prensa por habitante homologable al de los principales países europeos, muy superior en cualquier caso a los de Córdoba, Zaragoza y el resto de candidatas.
Da que pensar: ¿Qué espera el jurado internacional de los medios de comunicación de las ciudades agraciadas? ¿Un mero acompañamiento acrítico del aparataje teórico que arropa al acontecimiento, así como un profuso despliegue informativo de todas y cada una de las actividades programadas? Aunque conceptos como información hayan sido sustituidos por los de publicidad y otros similares en los neurotransmisores de expertos y comisarios culturales del siglo XXI, el interés de la sección Cultura y Espectáculos sigue repartiéndose entre la una y los otros al 50% por lo menos.
Dado que ésta es una Capitalidad que habríamos de construir “entre todos” y cuyo eje pivotaba en torno a la participación ciudadana, urge preguntar a Mr. Gaulhofer y compañía qué parte del proceso debería desarrollarse a la vista de la sociedad y cuál en la penumbra, no vayamos a inventar una suerte de “do it yourself”, pero no pregunte usted el qué. Y ya de paso, que aclaren cómo se conjugan los “tres verbos capitales” -conviviendo, conversando, confluyendo- en un contexto de eugenesia informativa. “Periodismo es publicar lo que alguien no quiere que publiques. Todo lo demás son relaciones públicas”, dijo George Orwell. Para todo lo demás, la sociedad del conocimiento y a partir de ahí, un interesante debate sobre dónde termina la discreción y empieza la opacidad.