Como cualquier joven de su edad, la infanta Cristina también echó mano de la ayuda paterna a la hora de emanciparse. Fueron 1,2 millones de euros, al cambio, 200 millones de las futuras pesetas. Apenas un 20% del precio total del palacete de Pedralbes. El resto se supone que lo puso Urdangarin de su propio bolsillo que, ahora sabemos, era también el nuestro. Volvamos al préstamo paterno. El rey concedió a su hija un crédito de 1,2 millones al 0% de interés, lo que le sitúa en un estadio moral un peldaño por encima del correspondiente a su yerno, ya que si el soberano renunció a lucrarse a cuenta de su hija, Urdangarin no está en situación de decir lo mismo respecto a su suegro.
La operación financiera invita a preguntarse por el origen de tanta liquidez. La respuesta de la Casa Real -la partida consignada procedía de su cuenta personal- no deja margen para la duda y, a la vez, abre las puertas a muchas otras. Si el rey tiene una cuenta personal, se supone que ésta se nutre de sus ingresos particulares, lo cual a su vez, debería llevarnos a interesarnos por qué tipo de actividad privada le permite alimentar la saca y a cambio de qué, así como de dónde extrae tiempo que dedica a esos menesteres, dada la apretada agenda que conlleva la entrega desinteresada a la prosperidad del país.
Dicho lo cual, es de justicia reconocer que de todos los grupos empresariales que llevan en su denominación la marca ‘Real’, la Familia que encabeza su majestad es la que maneja el prespuesto más modesto: el fastuoso palacete barcelonés apenas costó el 1% de lo invertido por el Madrid en el fichaje de Bale. Así es España. Puede que alguien se merezca más los Juegos Olímpicos, pero desde luego, no Eurovegas. Parafraseando a Tolstoi, todas las familias reales se parecen, sólo se diferencian en sus súbditos. Ahora, coja la frase anterior y donde pone ‘familias reales’ pruebe a poner ‘sociedades anónimas deportivas’, y donde pone ‘súbditos’, ponga ‘abonados’ o ‘accionistas’.